Confieso que soy una enamorada del diálogo. Creo en el ejercicio de compartir la mente y el corazón mediante las palabras. Sé que en él, encuentro el reflejo que me muestra quien realmente soy.
En lo más profundo de mí misma, existe un ser diferente de lo que los otros ven y sólo puedo mostrarme a quien me busca. A quien está dispuesto a verme como soy. En el ejercicio de la conversación comprometida, puedo enseñarte a quien vive en mí y la maravilla de hacer esto es que, si conservas la paz, si no te defiendes, yo también puedo verlo y aceptarlo… y aceptarme.
Mi plática lanza preguntas entre líneas: ¿Me ves? ¿Me ves a mi realmente? Tengo una historia, pero no soy esa historia. Tengo antepasados, nacionalidad, recuerdos de sucesos anteriores a mí y a los que estuvieron antes de mi pero no soy nada de eso.
No soy otros que vinieron pero que no se quedaron. Sombras de otras vidas que tu quieres ver en mí. No soy lo que tu sueñas. En el diálogo puedes verme como soy, si quieres. Si te atreves. Porque al verme, te verás a ti mismo un poco también. Ojalá el miedo de verte no te impida conocerme a mí.
¿Me ves? ¿Puedo ser contigo como soy? Hay tanto miedo a la realidad de lo que somos, tantos juicios quemados a fuego que nos asustan y nos alejan; pantallas que usamos para estar a salvo de nuestra humanidad: un poco imperfecta, un poco rara, un poco amarillenta…
A pesar de ser así de intenso, creo en la bondad del diálogo porque sé que todos los hombres y mujeres de este mundo tenemos la necesidad de ser vistos. No queremos pasar por la vida como fantasmas a quienes nadie ve y algunos temen sin conocer. No queremos ser el anhelo no cumplido de alguien que planeó cómo seríamos o la pieza perdida que alguien necesita para realizar su sueño.
Hoy quiero verte y por eso te invito a este coloquio. Si tú te muestras, yo podré conocerme mejor. Si me ves, tu también te verás. En ese intercambio, los dos seremos más reales y ¿qué es vivir sino eso? ¡Dialoguemos!