Lo que vemos

Lo que vemos

Hay una dinámica que utilizo a veces en mis clases que consiste en un juego de tarjetas que contienen imágenes, medio dibujadas medio abstractas. Cada persona debe elegir una, observarla detenidamente y después explicar qué significa para ella la tarjeta, qué emoción le genera y qué la hizo elegirla. Siempre me sorprende como una misma imagen puede significar algo muy importante para alguien y, para otra persona, algo totalmente distinto e igualmente significativo. ¿Qué hace que esto suceda?

Lo hemos escuchado tantas veces que ya no le ponemos atención: desde frases populares como “Nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” hasta la ahora famosa Ley de Correspondencia: “Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera”, hay mucha información que nos indica que la manera como nos sentimos y percibimos nuestra realidad depende solo y únicamente de nosotros.

¿Qué significa esto en sentido práctico? En todas las vidas hay problemas, accidentes y dificultades. Eso es una realidad. Tener una mente positiva no nos protege contra eso. Sería muy iluso pensar que por tener paz interior, nadie se me va a atravesar en la calle o nadie va a venir a descargar su enojo conmigo. El esperar eso me hará sin duda resentir los sucesos de dificultad más cotidianos. Si yo, en cambio, entiendo que la vida es así y decido utilizar las complicaciones para aprender o crecer, entonces estaré mejor preparada para sortearlas positivamente. Eso es lo que depende de mí: no lo que me pase, sino lo que hago con lo que me pase.

Hace unos días estaba celebrando el cumpleaños de una amiga y su hija de cinco años llegó patinando hasta la mesa en donde estábamos sentadas con tal velocidad, que volteó todos los vasos. Durante el alboroto de recogerlos y limpiar el líquido derramado, pude observar varias reacciones diferentes: entre otras, había la que se reía por la sorpresa y la que limpiaba con preocupación y seriedad. Cada una, vivimos la misma situación pero desde detrás de nuestros propios lentes. El resultado es que alguien llegará a su casa platicando de una tarde graciosa y alguien llegará quejándose de la molestia que vivió.

Lo importante en este tema es que usualmente olvidamos que podemos cambiar nuestros lentes. Si no nos gusta la manera en que estamos viendo la vida… ¡podemos elegir otra! ¿Cómo? La gratitud es un excelente primer paso. Estoy convencida de que cambiar nuestra mirada y observar lo bueno, lo noble o lo positivo en todas las personas y situaciones (y si, todas tendrán algo) hará que nuestra experiencia completa se trasforme. Apreciar la vida significa apreciar todo lo que ésta contiene, como es.

La reacción que más admiré ese día de los vasos derramados fue la de la madre:  plenamente consciente de que su hija no habría querido molestar a sus invitadas, con calma le preguntó si se había hecho daño y le dijo que pidiera disculpas y ayudara a recoger. Lo que pudo haber sido un drama, fue un suceso que terminó en menos de 5 minutos y la niña aprendió la lección sin ser humillada o regañada. El tener una visión optimista de los demás hace que nuestra reacciones, aún en las dificultades, sean también positivas.

¿Cómo ves tú la vida? ¿Vives con miedo o con esperanza? ¿Cómo reaccionas a las personas o situaciones complicadas? Estas preguntas pueden darte una idea de cómo es tu visión de la realidad que te rodea. Si no te gusta lo que ves, decídete a cambiarla. El mundo cambiará cuando tú lo hagas.

Realidad y realización: ¡La vida no es justa!

No es justo 2

La vida no es justa.  Eso es una gran verdad. Es más, la considero una de las grandes verdades de la vida y tan importante que solamente cuando logramos aceptarla, podemos trascenderla.

Tu, yo y todos nos hemos quedado en algún momento paralizados por la ira o el rencor ante alguna circunstancia dolorosa de la vida porque no entendemos cómo nos pudo haber pasado lo que nos pasó. Una y otra vez escucho gente en mis grupos pronunciar la misma frase: “¡No es justo!” Y seguramente tienen razón.

Algo interesante que he notado es que la frase que comúnmente acompaña a la anterior es: “Yo hice todo lo mejor que pude”  y probablemente también tengan en esto razón. Sin embargo, la frase implica que los demás no hicieron lo mismo y ahí es donde “los demás”, y aquí incluyo a Dios y al destino, seguramente estarían en desacuerdo. El pasto se ve siempre más verde detrás de la cerca… tomemos un ejemplo:

Ana María se acercó conmigo un día al borde del llanto. Con visible angustia me comentó que se siente desesperada porque su familia está cada vez más separada. Me dice que lo notó especialmente este sábado porque me vio comiendo fuera con mi propia familia y al verme, pensó: “¿Por qué no podré yo tener una familia perfecta y unida como la de Martha? ¡No es justo!”  y al decir esto sollozó. Ningún entrenamiento de escucha empática me funcionó en ese momento y tuve que soltar una fuerte carcajada.

Mi perfecta familia es una ilusión igual que todas las perfectas familias del mundo, ojalá lo entendiéramos de una vez por todas. Sufrir porque no tenemos una vida perfecta es como sufrir porque no tenemos un unicornio morado: una locura. Aunque es cierto que hay personas que tienen algo muy bueno, les aseguro que no ha sido gratis y que también tienen algo muy malo que les preocupa. Lo repito: no hay vidas perfectas, supérenlo.

Reconocer que la vida no es justa para nadie (e irónicamente de esa manera pareja con todos) es el primer paso a la asimilación de la lección que el momento difícil trae para cada uno de nosotros en algún momento. Diferentes autores proponen además, una variedad de técnicas o herramientas que permiten vivir el dolor de forma constructiva.

El doctor Scott Peck en su libro “El camino menos transitado”  propone practicar la disciplina y sus cuatro componentes: gratificación retardada, aceptación de la responsabilidad, dedicación a la verdad y el balance entre éstas cuatro como un método que nos permite tener bases sólidas que puedan sostenernos e incluso elevarnos en un momento difícil. Lo más interesante que el autor propone, sin embargo, es lo más difícil: en cada dificultad que la vida te presenta hay una opción de cambio y crecimiento, pero para lograr hacer eso, hay que atrevernos a renunciar a nuestras viejas creencias. Esta renuncia puede ser sumamente dolorosa y difícil y en muchos casos es el motivo de que no queramos o podamos cambiar. Para Ana María, por ejemplo, la idea de que su hijo estudie y se dedique a la música le rompe algunos importantes esquemas mentales y eso la he hecho acumular rencor y enojo. Trabajar en sus creencias puede liberarla y contribuir a su relación con su hijo.

Por su parte, Ignacio Larrañaga en su libro “El arte de ser feliz” ofrece un consejo más simple: tomar diariamente dos cucharadas de realidad y dejar de lado los ensueños e ilusiones para avanzar a la serenidad. Para rematar agrega: “Esta es la manera concreta de eludir la frustración y la decepción: saber aceptar serenamente que tu capacidad intelectual es más limitada que tu deseo de triunfar, que tu felicidad conyugal o éxito profesional pueden fallar, que no siempre serás aceptado en tu sociedad, que no te faltarán enemigos y no siempre por tu culpa, que tu influencia será relativa en el grupo que lideras. Acepta de antemano todo esto y tus energías no se quemarán inútilmente.”  Sabiduría pura, si me lo preguntan.

Lo que más daño le estaba haciendo a Ana María era su idea de que haber fracasado en su misión de hacer una familia “perfecta y unida”, cuando pudo aterrizar en la realidad de que las familias estamos formadas por seres humanos imperfectos y además con una misión individual, respiró muy profundo y después, ella misma pudo reír conmigo un rato.

Y a ti, ¿cómo te va con esto?

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Navegar en el Río de la Vida

Rio de la vida

Imagina que estás parado en la cima de un valle. A tus pies, se extienden suaves lomas verdes llenas de árboles y pinos. Entre ellas, abajo, fluye un río ancho de agua cristalina. En algunas partes, la corriente aumenta y el agua ruge y salpica, golpeando las rocas con furia. En otras secciones, el río parece descansar en su cauce y se mueve lento, reflejando en su espejo al bosque que lo acompaña en su camino hacia el mar.

Con curiosidad observas que hay mucha gente flotando en el río. Algunos llevan salvavidas y algunos, más osados, no; pero todos flotan río abajo y cada uno por su cuenta. El agua se te antoja fresca y el sol cae pesado sobre tu espalda de modo que quieres entrar a nadar, pero aún decides contemplar otro rato a las personas que van pasando.

Observas a un hombre delgado que es rozado por una rama y de pronto se asusta. Velozmente, toma el brazo de una mujer que va pasando a su lado en ese momento y ésta, reacciona con enojo porque piensa que la quiere hundir en el agua. No se da cuenta de que él sólo tenía miedo. Más adelante, un joven empuja a una señora mayor para que la rama no la golpee. La anciana no ve la rama y se queda maldiciendo a quien la ayudó por varios kilómetros de río.

Aferrado a un roca, observas a un hombre que lucha contra la feroz corriente que hay en esa parte del río. Su cuerpo flota empujado por la torrente espumosa del agua y hasta ha perdido los zapatos pero, ni el agua que le da en la cara y que casi lo ahoga por momentos, lo hace decidirse a soltarse. Y se queda ahí sufriendo para siempre, sin saber que a pocos metros de distancia, el agua se aquieta de nuevo.

De vez en cuando, pasan personas que tienen algo en las manos, a veces un objeto o incluso a otra persona. El curso del agua los conduce con certeza a remolinos que hacen que se golpeen con aquello que cuidan. Aún así, hay quienes maltrechos y heridos, siguen río abajo sin soltarlo.

Pero también observas que hay personas, jóvenes, niños, viejos, de todas edades, que se deciden a fluir con el agua y se hacen uno con el río. En los remansos, disfrutan la vista y conversan entre ellos; más cuando la corriente toma velocidad, sus sentidos se alertan y observan, pero se dejan guiar por la sabiduría de las aguas. Pasan junto a los escollos sin luchar contra ellos, sólo conscientes de que ahí están por un tiempo y después, estarán detrás, donde ya no pueden nunca hacerles daño, y los olvidan. Con asombro contemplas que, algunos de ellos, incluso pasan por todo sin perder la serenidad, confiando en el conjunto de fuerzas que forman su realidad.

Al final, sientes la llamada del río y decides entrar. ¿Cómo quieres que sea tu viaje? El primer contacto con el agua te produce un escalofrío de emoción. Esperas y miras la superficie plateada, siempre en movimiento, alrededor de ti. Te asombra el misterio de lo que viene detrás del horizonte que limita tu vista y que sólo te permite ver este trecho del río. Cierras los ojos por un segundo y luego, saltas al cauce de aguas profundas. Sonríes y confías. Todo estará bien.

Poema Luz

Mujeres con Velas B 306 x 209

¡Luz!

¡Luz para los caminantes!

Luz para andar erguidos,

luz para guiar nuestros pasos y los de otros.

Luz para avanzar y para seguir avanzando.

 

Luz, luz para los que ven y para los que no ven.

Luz para saber, para conocer y para reconocer.

Luz para las dudas, para los encuentros.

 

Por favor, Luz.

Luz para los padres, luz para los hijos.

Luz para los hombres.

Luz para cuando nos persigue el miedo

de saber lo que es.

 

¡Queremos Luz!

Queremos el coraje de la luz,

arrojarnos a ella y dejar que nos tome

y que ilumine por fin.

 

¡Luz para ver! Para oír, para pensar.

Luz para recordar imágenes suaves y comprendidas

que puedan penetrar el alma y la enciendan.

Luz afuera y luz adentro.

 

Luz para reír y para sufrir mejor.

Luz para consolar.

Luz para encontrar el sentido extraviado en la piedra

con la que tropezamos la última vez.

 

Luz para compartirla con mi hermano,

el que también la tiene.

Para que juntos sumemos luz

y podamos, al fin, vernos.

 

Como el ciego de nacimiento hizo a gritos,

¡clamamos luz!

Espera, parece que el alba clarea por fin.

Narrativa Mexicana

Narrativa Mexicana

Soy, como diría Jorge Negrete, puro mexicano. Pero, seré sincera. Nací en Monterrey, casi Texas, y de niña, prefería a Santa Clós porque los Reyes Magos se tardaban demasiado en llegar. Me da pena admitirlo, pero conocí los altares de muertos en un programa de televisión por cable. Por estos motivos, las tradiciones Mexicanas siguen sorprendiéndome; y lo disfruto.

Esa mañana de Diciembre, me decidí a visitar la Basílica de Guadalupe de mi ciudad. Se acercaba el 12 y quise disfrutar de las festividades. Entusiasmé a mis tres hijos y partimos.

La palabra fiesta no había sido la adecuada para describir la congestión peatonal que enfrentamos. Los trapos se daban gusto haciendo señales. Nos estacionamos bastante lejos y bajamos a un olor de canela y humo que yo recordaba, no sé por qué. Las calles eran pasillos estrechos porque, en ambas aceras, se habían acomodado puesteros ambulantes, amparados por una lideresa local.

Conforme nos acercábamos, aumentaban el gentío y el ruido. Mis hijos se detenían en cada puesto y señalaban cosas, asombrados. Había dulces de leche y charamuscas de todas las formas, acomodadas junto a crucifijos, estampitas y bolsas de papas fritas con chile y limón.  Había caramelos colgando de un mecate encima de juguetes chinos que emitían sonidos electrónicos. ¡Mira, mamá! ¡Mamá, mira! No sé quién estaba más sorprendido. Caminamos junto a panes de muertos que cantaban albures y refranes, provocando carcajadas y  tuvimos que esquivar la cubeta de agua que el tendero del “Restorán y Tortería el Piojo” arrojó a la calle, causando que mi hijo menor casi tumbara una olla de champurrado que humeaba furiosa.

Para cuando llegamos al patio de la iglesia, habíamos comido churros, tamales y unos tamarindos con chile que nos pintaron de rojo los dedos y la lengua. Todo acompañado con dos cocas heladas, hablando de tradiciones.

El olor a cera nos llegó de la pequeña capilla que está junto al templo. Las veladoras cubrían el suelo como una alfombra hirviente de luces de colores. Compramos una y la encendimos, acomodándola junto a todas las demás. Fue en ese momento, que nos sentimos parte de ese Todo. Nuestra luz se sumaba a las demás y nuestros deseos se fundían con los de todos los mexicanos, haciéndose uno. Todos lo sentimos y, sin notarlo, nos tomamos de las manos.

Salimos en silencio. Entonces, escuché que alguien me llamaba. Volví la cabeza y vi que directo hacia mi venía un monstruo. Gritaba algo, pero mi cerebro, horrorizado, no registraba las palabras. Era un hombre con todo el cuerpo cubierto de pelo y con cara de simio. Al acercarse, el gorila se quitó la máscara y pude ver la cara sudorosa de don Memo, un simpático señor que asiste a los cursos de alfabetización para adultos que imparto los jueves. Con mucho orgullo me contó que es parte del grupo de matlachines de su colonia y que venía de danzarle a “su Virgencita”. Todavía no averiguo por qué los matlachines llevan un chango en su peregrinar ¿Ustedes saben?

El Día de la Mujer

Dia de la Mujer A

Hola Queridas,

Fíjense que quería felicitarlas en el Día Internacional de la Mujer y dedicarles algunas palabras alentadoras sobre nuestro género. Sin embargo, a la hora de cuestionarme sobre lo que significa para mí ser mujer, me encontré ante una hoja en blanco.

Claro, siempre podemos decir que somos poseedoras de la capacidad de dar la vida y sin duda es un don maravilloso que además nos brinda el beneficio de poder chantajear a nuestros hijos para siempre (¿Estuve 45 horas en trabajo de parto para que me hables así?) Sin embargo, estoy segura de que si somos sinceras, más de una quisiera trasladarle las estrías a nuestros adorables mariditos, por no hablar de los kilos de más, las várices, hemorroides, y el recuerdo oculto en el fondo de nuestro subconsciente de haber brindado un espectáculo nudista y gratis a un grupo de estudiantes de medicina.

¿Qué significa entonces ser mujer? Descartemos lo obvio. La cocina ya hace mucho que pasó a ser territorio masculino. Lo siento. Por más bien que cocines, siempre estará un chef en la televisión haciéndote sentir culpable de haber hecho otra vez picadillo en lugar de “consentir a tu familia” con esa deliciosa y sencillísima receta de chiles poblanos rellenos de cangrejo con tofu al ajillo en un espejo de salsa de mango con vino blanco. Aparte su cocina está impecable y es modernísima.

Otro territorio perdido es el de las estéticas y spas. Ahora los “metros” no solo abarrotan estos lugares sino que hasta los han mejorado al grado que hay que arreglarse para irse a arreglar. No me juzguen mal, no es que yo tenga algo en contra de que ellos quieran verse bien. Lo único malo es que antes, el lugar en el que te ponían picos de aluminio en la cabeza,  tubos, cera y todo lo que te hacía lucir “naturalmente bella” era privado y ahora es “open house” y, digo, hay formas. La última vez que estuve bajo una de esas secadoras usadas en los pica piedra que usan en mi salón, se sentó junto a mi un jovencito de alrededor de 18 años y les juro que no podía dejar de reírse. Le doy como mérito que al menos trataba de disimular. Pobre.

En otros términos pero igual de perdido tenemos el asunto de la sensibilidad. Hasta hace poco, la frase “estoy depre” era de exclusividad femenina. ¿Pero ahora? La persona (obviamente mujer) a quien se le ocurrió decir que los hombres debían ponerse en contacto con su lado femenino, derrumbó un dique nunca previsto y con consecuencias que aún no hemos empezado a comprender. Puedo ver el beneficio de esta teoría, no me malinterpreten, pero no deja de sorprenderme escuchar a un habitante de Marte hablar el lenguaje de Venus y sobre todo si trae luces en el pelo y a él no se le nota la raíz.

Entonces ¿qué es lo que debemos celebrar en este Día de la Mujer? ¿Qué nos hace únicas? ¿La discriminación constante que se hace de nosotras en todas las áreas? ¿El tener que escuchar chisteos y siseos por la calle? ¿La predestinación de ir por el mundo con una fragilidad indigna de otras hembras de la creación? (Una leona no requiere ayuda para cargar el mandado.) ¿Qué, mujeres, qué?

Hoy, en el Día Internacional de la Mujer, vuelvo a comprobar la importancia de ser consideradas primero y ante todo como Seres Humanos: valiosos y dignos de respeto por el simple hecho de existir. Que decidamos ir taconeando por la calle en lugar de simplemente caminar es una decisión personal que no nos da ni nos quita importancia.

O sea que, amigas mías, les deseo un hermoso día, hoy y siempre y cuando vean a alguien por la calle moviendo la cadera al caminar, bríndenle su mejor sonrisa para que sienta su valor. Bueno, valdría la pena asegurarse primero de que sea mujer…

De mamás y de espinas

 

Imagen Post De Mamás y de Espinas

Me encantaría haber iniciado este párrafo con la inspiración de una de esas imágenes de madres sonrientes abrazando a sus sonrientes hijos en medio de sonrientes circunstancias. Y no me malinterpreten, también las tengo. Sin embrago, la vida es en verdad una mezcla de realidades que se contraponen unas a otras, dejándome con frecuencia con la cabeza como cuando termina la vuelta de la montaña rusa: no se en dónde estoy, no entiendo qué pasó y quiero correr de allí antes de que vuelva a empezar.

Los expertos dicen que la disciplina es esencial en el desarrollo del niño. Lo intenté, lo juro. Probé métodos de disciplina positiva, tablitas con estrellas, carteles monos con mensajes positivos, contratos y consecuencias, y todo lo que los mejores psicólogos infantiles proponían. Después probé castigos, reclamos, ruegos y sermones. Las dos técnicas me dieron el mismo resultado. Mis hijos tienen más disciplina que yo.

Mi tía Mary me dijo un día que no era necesario nada de eso: “tu sólo quiérelos mucho”, fue su consejo. Descansé en el hecho de que siempre los he adorado. En las buenas y en las saladas, mis hijos son mi tesoro más grande. Decidí relajarme y disfrutarlos más. Aprendí a cerrar la puerta de su cuarto para no ver el desorden, a ser más flexible con sus horarios y a ser empática ante sus necesidades y deseos. El resultado no fue mejor, bien lo dice el dicho: “Tanto quería la loca a sus hijos, que los mató a cariños”.

Hay una cosa que la vida me ha enseñado: nada prepara para la vida. Mis hijos son ya adultos jóvenes y son mi inspiración: brillantes, únicos, llenos de vida  y capaces de sacarme de quicio como nadie. Cada uno de ellos tiene mucho que aprender, como yo. Cada uno de ellos tiene innumerables cualidades y algunos muy persistentes defectos, como yo. Cada uno de ellos tiene su vida en sus manos, como yo. Y como yo, tendrán que encontrar el camino a su propia realización y a los aprendizajes que necesitan para sortear las sorpresas tan grandes y tan deslumbrantes que la vida, sin duda, les tiene preparadas. La felicidad es siempre posible, sólo es necesario encontrar la manera de navegar entre las espinas para que puedan, en donde estén, florecer.

Lo Que Soy

Dia de la mujer

El camino del autoconocimiento es largo y angosto. Ayer, mi hija y yo platicábamos de por qué se le daba a alguien el Premio Nobel de la Paz. Después de hablar sobre las vidas y cualidades de algunos de los ganadores de ese galardón, me dijo muy seria: “Mami, tú te mereces ese premio.”

Tal vez ese comentario me hubiera hecho sentir muy orgullosa, si no fuera porque ese mismo día, mi hijo mayor me dijo, con la misma seriedad, que iba a investigar si podría ser yo la reencarnación de Hitler.

Que extraños somos los seres humanos. Nuestras percepciones rigen nuestras vidas a pesar de que a veces no tienen ninguna relación con la realidad. Lo extraordinario no es que mis dos hijos me perciban de manera tan distinta sino que los dos me consideran igualmente un día digna de un premio internacional de bondad y, otro día, merecedora del vituperio mundial. Y yo soy la misma los dos días. Si a esto le sumamos el hecho innegable de que nosotros también nos percibimos subjetivamente a nosotros mismos ¿qué podemos hacer para conocernos en realidad?

Allen Wheelis lo dice claramente en su libro Cómo cambia la gente: “Somos lo que hacemos. Nuestra identidad es la integración de nuestro comportamiento.”

Hace algunos meses, conocí a uno de mis héroes en la educación del carácter. El doctor ha contribuido al medio educativo con herramientas que se utilizan en miles de escuelas del mundo. Con mucha sencillez, platicaba antes de su conferencia con el grupo que lo rodeaba. Ya para entrar al auditorio, nos dirigió una amplia sonrisa y dijo: “No les sonrío porque estoy feliz, sino para que me adviertan si tengo algo en los dientes antes de sonreír ante esas 500 personas desconocidas.”

Sorprendentemente, este hombre de fama internacional, no descansa en el hecho de que muchos lo admiran, sino que se gana el éxito cada día: con cada impecable sonrisa.

Lo que hacemos es lo que somos. No lo que hicimos ni lo que planeamos hacer. No lo que quisiéramos hacer. No lo que decimos que hacemos o lo que otros dicen que hacemos. Lo. Que. Hacemos.

Yo tengo claro que no merezco el Premio Nobel de la Paz y también sé que no soy Hitler. Hoy, entre otras muchas cosas, soy una mujer que intenta, que aprende, que observa, que ama, que cree. ¿Quién eres tú? ¿Qué estás haciendo?