Todo Cambia

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Tengo en mi recién estrenado estudio, dos globos terráqueos. Uno es nuevo y el otro es de los años sesentas. En el nuevo aparecen países como Bangladesh y Pakistán, pero en el antiguo no están. Si además revisara un globo terráqueo de hace cien años, también habría cambios importantes en el mundo, países como Latvia y Estonia aparecieron apenas en 1918; y aún si me fuera más atrás, la imagen del mundo ni siquiera sería un globo.

Como amante de la historia universal, eso me parece muy interesante; pero como estudiante del ser humano y de su conducta, me lo parece aún más, porque si algo tan definitivo como nos parecería que es el globo terráqueo puede modificarse tanto y de forma tan continua a través del tiempo ¿cómo podríamos pensar que el ser humano no puede cambiar?

Cada vez que conquistamos una nueva meta, cada ocasión en la que le ganamos territorio al miedo, cada vez que nos atrevemos a tomar el control de nuestros sentimientos, siempre que nos lanzamos a hablar con la verdad y cada momento que comprendemos profundamente a otro ser humano y su circunstancia, por dar sólo algunos ejemplos, el territorio de nuestra conciencia, lo que delimita quiénes somos en realidad, se amplía, crece y se modifica.

Incluso nuestro territorio físico, nuestro cuerpo, cambia por diferentes circunstancias. De acuerdo a los estudios realizados por Lise Bourbeau y expuestos en su libro “Las cinco heridas que impiden ser uno mismo”, el campo morfológico del cuerpo humano se desarrolla de diferente manera de acuerdo a las heridas emocionales que tiene puesto que éstas, afectan la química de nuestro organismo y su composición. Lo asombroso es que, si la persona se da a la tarea de trabajar y sanar esas heridas, el cuerpo se modifica de nuevo.

Todo esto hace que, la posibilidad de que alguien diga “yo soy así” sea imposible para mí: una completa ilusión. No es que seamos cambiantes como el mundo, ¡es que somos el universo entero en continuo movimiento y transformación!

Tomen una foto de ustedes de hace veinte años, contémplenla bien y piensen ¿quiénes eran ustedes en esa foto? ¿En qué creían? ¿Cómo se sentían? ¿Qué defendían? ¿Qué les daba seguridad? Después, contemplen una foto reciente y piensen quiénes son ahora y en qué creen ahora y encuentren cómo se diferencian de ese territorio que ocuparon en la vida hace veinte años. Si les gusta lo que descubren, si están contentos con su forma de gobierno y libertad interiores, los felicito. Si no, también los felicito, porque darse cuenta es siempre causa de celebración. Y si hemos cambiado tanto en veinte años, y a veces sin darnos siquiera cuenta, los cambios que podemos lograr si nos lo proponemos son aún mayores.

Me gusta conservar estos globos terráqueos, aunque uno no sea ya preciso, porque son para mí un recordatorio de que nada es para siempre. Cuando las circunstancias de la vida nos hagan movernos, busquemos ampliar nuestras fronteras para incluir el nuevo mundo que la vida nos invita a conquistar. ¡Tierra a la vista!

La Vida Como Aprendizaje

El siguiente texto no es mío, desafortunadamente, pero me gustó tanto que quise compartirlo en esta página. Borja Vilaseca es un escritor y conferencista español experto en desarrollo personal y liderazgo. Léanlo despacio…

“La vida es un proceso pedagógico cuya principal finalidad es crecer, madurar y evolucionar como seres humanos, aprendiendo a ser felices por nosotros mismos, de manera que sepamos cómo amar a los demás y a la vida tal como son.”

No hemos venido a este mundo a ganar dinero. Ni tampoco a proyectar una imagen del agrado de los demás, logrando éxito, estatus, respetabilidad y reconocimiento. Nuestra existencia como seres humanos tampoco está orientada a comprar, poseer y acumular cosas que no necesitamos. Ni mucho menos a evadirnos constantemente de nosotros mismos por medio del entretenimiento. De hecho, no estamos aquí -solamente- para sobrevivir física, emocional y económicamente.

Y entonces, ¿hay algún propósito más trascendente? ¿Para qué vivimos? Aunque cada uno está llamado a encontrar su propia respuesta, los sabios de todos los tiempos nos han invitado- una y otra vez- a ver la vida como “un continuo proceso de aprendizaje”. Si bien el resto de los mamíferos nacen como lo que son, nosotros nacemos todavía por hacer. Ser humanos es una potencialidad. De ahí que en un principio no vivamos de forma responsable, libre, madura y consciente. Todas estas cualidades y capacidades están latentes en nuestro interior. Y así siguen hasta que las desarrollamos a través de la comprensión y el entrenamiento.

No en vano, adoptar una postura victimista frente a nuestras circunstancias nos impide aprender y desplegar todo nuestro potencial. Sólo en la medida que padecemos la crisis de los cuarenta- orientando nuestra existencia a la transformación-, empezamos a cuestionar nuestro sistema de creencias, modificando- a su vez- nuestra escala de valores, prioridades y aspiraciones. Es entonces cuando decidimos que lo más importante es “aprender a ser felices por nosotros mismos”. Es decir, a sentirnos realmente a gusto sin necesidad de ninguna persona, estímulo, cosa o circunstancia externa. Más que nada porque ¿de qué nos sirve llevar una vida de éxito y de abundancia material si nos sentimos vacíos e insatisfechos por dentro?

En general, solemos confundir la felicidad con el placer y la satisfacción que nos proporciona el consumo de bienes materiales. Y también con la euforia de conseguir lo que deseamos. Sin embargo, la verdadera felicidad no está relacionada con lo que hacemos ni con lo que poseemos. Aunque no es posible describirla con palabras, podría definirse como la ausencia de lucha, conflicto y sufrimiento internos. Por eso se dice que somos felices cuando nos aceptamos tal como somos y- desde un punto de vista emocional- sentimos que no nos falta nada.

Y es que la felicidad no tiene ninguna causa externa: es nuestra verdadera naturaleza. Igual que no tenemos que hacer nada para ver- la vista surge como consecuencia natural de abrir los ojos-, tampoco tenemos que hacer nada para ser felices. Tanto la vista como la felicidad vienen de serie: son propiedades naturales e inherentes a nuestra condición humana. Así, nuestro esfuerzo consciente debe centrarse en eliminar todas las obstrucciones que nublan y distorsionan nuestra manera de pensar y de comportarnos, como el victimismo, la inseguridad, la impaciencia, el aburrimiento o el apego.

Cultivar la Paz Interior

Más allá de aprender a ser felices por nosotros mismos, hemos venido al mundo a aprender a “sentir una paz invulnerable”. Y para lograrla, hemos de trascender nuestro instinto de supervivencia emocional, que nos lleva a reaccionar mecánica e impulsivamente cada vez que la realidad no se adapta a nuestros deseos, necesidades y expectativas. Como descubrió el psicoterapeuta Víctor Frankl, “entre cualquier estimulo externo y nuestra consiguiente reacción, existe un espacio en el que tenemos la posibilidad de dar una respuesta más constructiva”. Esta es la esencia de la proactividad.

Eso sí, para poder ser proactivos hemos de vivir conscientemente. Es decir, dándonos cuenta en todo momento y frente a cualquier situación de que no son las situaciones sino nuestros pensamientos, los que determinan nuestro estado emocional. Al tener presente esta verdad fundamental, podemos entrenar el músculo de la aceptación en todas nuestras interacciones cotidianas. Sobre todo, porque no hay mejor maestro que la vida ni mayor escuela de aprendizaje que nuestras propias circunstancias.

El reto consiste en aprender a aceptar a los demás tal como son y fluir con las cosas tal como vienen. Y aceptar no quiere decir resignarse. Tampoco significa reprimir o ser indiferente. Ni siquiera es sinónimo de tolerar o estar de acuerdo. Y está muy lejos de ser un acto de debilidad, pasotismo, dejadez o inmovilidad. Más bien se trata de todo lo contrario. La auténtica aceptación nace de una profunda comprensión, e implica dejar de reaccionar impulsivamente para empezar a dar la respuesta más eficiente en cada situación. Así es como podemos cultivar y preservar nuestra paz interior. Tal como dijo el sabio Gerardo Schmedling, “aquello que no somos capaces de aceptar es la única causa de nuestro sufrimiento”.

En la medida que aprendemos a ser felices por nosotros mismos- dejando de sufrir- y a sentir una paz invulnerable- dejando de reaccionar-, también aprendemos a “amarnos a nosotros mismos y a los demás”. Y al hablar de amor no nos referimos al sentimiento, sino al comportamiento. De ahí que amar sea sinónimo de comprender, empatizar, aceptar, respetar, agradecer, valorar, perdonar, escuchar, atender, ofrecer, servir y, en definitiva, de aprovechar cada circunstancia de la vida para dar lo mejor de nosotros mismos.

Como dijo el sabio Anthony de Mello, “el amor beneficia en primer lugar al que ama y no tanto al que es amado”. De ahí que limitar nuestra capacidad de amar nos perjudica- principalmente- a nosotros mismos. Además, cuanto más entrenamos los músculos de la responsabilidad (como motor de nuestra felicidad), la aceptación (como motor de nuestra paz interior) y el servicio (como motor de nuestro amor), más abundante y próspera se vuelve nuestra red de relaciones y vínculos afectivos.

Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿somos verdaderamente felices? ¿O más bien solemos sufrir? ¿Sentimos una paz invulnerable? ¿O más bien solemos reaccionar? ¿Nos amamos a nosotros mimos y, en consecuencia, a los demás? ¿O más bien seguimos luchando y creando conflictos? ¿Estamos dando lo mejor de nosotros mismos? ¿O más bien seguimos limitando nuestra capacidad de amar y de servir, esperando que sean los demás quienes se adapten a nuestros deseos y expectativas? Sean cuales sean las respuestas, cabe recordar que el aprendizaje es el camino y la meta de nuestra existencia. Así, el hecho de que estemos vivos implica que, seguramente, todavía tenemos mucho por aprender.

Este texto es un extracto del libro “El sentido común”, publicado por Borja Vilaseca en octubre del 2011 aquí está este y otros títulos del autor que te interesarán. .

                                                                                           

5 Cosas que debes tirar en enero

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Para renovarse, no es necesario hacer una gran transformación el primer día del año, basta con hacer cambios pequeños, pero regularmente. Hoy no te propongo hacer la gran limpieza anual sino solamente desechar de tu casa y de tu vida estas cinco cosas y así empezar a ser más consciente de lo que te rodea y de lo que puedes cambiar si lo decides.

1. Algo que no te queda

Imagínate que viene a visitarte una tía lejana y todo el día no hace más que reprocharte tus errores y compararte con personas que cree que son mejores que tú. ¿Cuánto tiempo la tolerarías? La ropa no te queda pero que sigues viendo cada día es semejante a esa tía: te hace sentirte mal sobre quién eres y te impide ver todo lo bueno que sí has logrado. Deshazte lo más pronto que puedas de esa molesta visita en tu casa y empieza hoy regalando una prenda de ropa que seguramente hará feliz a alguien más.

Pero la ropa es sólo un ejemplo. Revisa tus relaciones o amistades y observa quiénes te hacen sentir mal sobre ti mismo o quiénes te recuerdan constantemente a la persona que fuiste pero que ya dejaste atrás al crecer. Ellas pueden ser dignas de tu cariño, pero este es un buen momento para darles las gracias por lo que te enseñaron y dejarlas partir.

2. Algo que no te gusta

Conozco a una persona que vive rodeada de cosas extrañas que la han regalado. La primera vez que le dieron por obsequio un adorno muy estrafalario, lo agradeció inmensamente y lo puso en el centro de su sala para no ofender a los que se lo dieron. Los demás, interpretando que ese era su gusto, siguieron el ejemplo y cada año se esfuerzan por encontrar un objeto aún más raro que los anteriores. Ninguno le gusta, pero no sabe qué hacer.

Es necesario tomar posesión del lugar que habitas. Sea una habitación o una mansión, reconoce que es tuya y toma el control. No hay nada como vivir rodeado de objetos agradables a tus sentidos, el valor monetario que tengan será siempre lo de menos. Antes de que termine el mes, regala al menos un objeto de tu casa que preferirías no ver cada día. Lo que tu deseches puede ser el objeto favorito de alguien más.

3. Algo que no te cabe

¿No cierran tus cajones? ¿No puedes mover los ganchos del clóset porque no hay espacio? Te tengo una noticia: tienes más de lo que necesitas. Según los profesionales del guardarropa, una persona necesita solamente diez piezas de cada cosa en un año. Esto es, diez pantalones son el máximo que debes tener e igual número de faldas, vestidos o zapatos. Si, también zapatos. Hoy, elige algo que no has usado en el último año de cada cajón de tu casa y siente la nueva ligereza que adquiere tu vida.

Este punto también se aplica a la agenda diaria. Si no tienes tiempo para hacer lo que te gusta o quieres o si no puedes cumplir con los compromisos que ya tienes, no debes seguir agregando nuevos. Toma una hoja y elige un tiempo de cada día para lo que quieres hacer en forma personal como ejercicio, meditación o lectura. Después, separa un espacio de cada día para dedicarlo a los miembros de tu familia. En seguida, marca un tiempo para lo que necesitas hacer como trabajo o compras. Lo que te quede será el espacio para las actividades extra que decidas. Asegúrate de invertir tu día y tu vida en lo que quieres y te gusta hacer y desecha hoy una actividad que realizas por motivos que ya no te llenan.

 4. Algo que te duele

Una vez compré unos zapatos plateados que amé a primera vista. Eran delicados y elegantes y usarlos me hacía sentir como una princesa… por los primeros diez minutos. El resto del día esperaba el momento de podermelos quitar. Reconocer que había cometido un error al comprarlos me costó, pero las ampollas no me dejaban escapar de la verdad.

Como esos zapatos, hay cosas, actividades, relaciones o asuntos pendientes que nos causan dolor, aunque en algún momento pensamos que eran perfectos para nosotros. Aunque probablemente nos hayan dejado una gran lección, no nos hace bien guardarlos para siempre. Analiza hoy tus emociones y si notas algo que te cause dolor, reconócelo y decídete a dejarlo atrás. Si necesitas ayuda para hacerlo, siempre podrás encontrarla, por ejemplo, en las personas entrevistadas para este blog.

 5. Algo que no funciona

Hay cosas que no se pueden reparar. Desde la secadora de pelo que te costará más arreglar que lo que cuesta una nueva hasta ese proyecto que tienes años intentando sin resultados. Dedicarte a cosas que no funcionan te impide hacer otras que no has intentado pero que podrían resultar más beneficiosas para ti.

Este mes, haz un inventario de cosas que no funcionan en tu vida y elige deshacerte de una. El espacio mental que esto te brindará será alimento para tu creatividad y tu energía positiva.

Con esta tarea los dejo, son solamente cinco pequeños pero profundos cambios que les brindarán más libertad y más optimismo para empezar el año. ¿Qué tal si me cuentan cómo les fue?

La Frase Perfecta

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Voy a compartirles algo: durante muchos años había soñado con tener un estudio propio: un espacio pequeño donde vivieran mis libros, mis ideas, mis palabras, mis oraciones y este silencio que me acompaña quieto a todos lados. Ahí, podría sentarme a visitar un rato la luz y la sabiduría de los tomos que cubren las paredes y de los objetos traídos de lugares lejanos que me hablan de quienes caminan otros caminos.

Durante esos años, siempre lo visualicé con una frase perfecta escrita en un muro, algo inspirador que representara lo que hago y a lo que quisiera dedicar mi tiempo. He encontrado muchas buenas frases, incluso esa es la razón de que tenga acumuladas cientos de frases célebres que ahora comparto diariamente en mis cuentas de redes sociales (¿ya me siguen?) Sin embargo, ninguna me llenó por completo.

Quiero decirles que la vida, el destino y especialmente mi marido, han hecho posible mi sueño del estudio que ya es una realidad. Lo inesperado fue que a la semana siguiente de haber acomodado mis lápices en el escritorio, encontré la frase perfecta en el libro “Big Magic” de Elizabeth Gilbert, famosa autora del libro autobiográfico “Eat, Pray, Love”.

La autora dice textualmente (la traducción es mía):

“Lo que sé de cierto es que así es como quiero vivir mi vida– colaborando hasta el límite de mis habilidades con fuerzas inspiradoras que no puedo ver, ni probar, ni dirigir, ni entender.”

Cuando leí esa frase, resonó en mí como un eco. Durante años he intentado explicar qué es el desarrollo humano, cómo afecta el centro de lo que somos y cómo funciona esto de la aceptación incondicional y siempre me he quedado corta en mis argumentos. Por igual tiempo y con los mismos resultados he intentado explicar lo que ocurre en los grupos de crecimiento o la riqueza de la meditación e incluso la psicología transgeneracional y lo poderosos que son las creencias y los patrones de conducta en una persona y en un sistema familiar. Pero es difícil comprenderlo y difícil probarlo…

Ninguna explicación funciona hasta que de pronto vemos un cambio en nosotros o en alguien más, nos cae un veinte, logramos una mejor comprensión de quiénes somos y crecemos, somos más. Ni yo misma he logrado ver el impacto completo que ha tenido todo esto en mi o en quienes me rodean.

Hace unos días, una maravillosa mamá de un niño con autismo me comentaba que durante años estuvo intentando enseñarle a su hijo los números. Hacía ejercicios, los dibujaba, los repetía, los cantaba y todo lo que se imaginen sin resultado alguno, su hijo nunca dijo uno solo de los números. De pronto un día, estaban en una alberca y la señora le dijo a uno de sus sobrinos: “Salta a la cuenta de tres… uno…” y su hijo con autismo, entendió en ese segundo y por fin el sentido de los garabatos que su madre había estad mostrándole sin cansancio y terminó: “…dos… ¡tres!”

Así es exactamente esta vida de intentar tener inspiración y compartirla. A veces escuchamos una idea o concepto y nos parecen palabras huecas. No obstante, pasa el tiempo y de pronto algo nos conecta con esas palabras y las rellena de significado y finalmente caen. Pero no sabemos por qué fue o qué hizo que esa vez fuera diferente. Era el momento y es todo, dejar de cuestionar es otra parte del proceso. Así de misterioso me pareció que la frase perfecta llegara exactamente cuando yo estaba lista para escribirla en el muro recién pintado de mi estudio… pero no podría explicarlo.

Finalmente, desde aquí les escribo, con sabiduría flotando a mi alrededor esperando que yo pueda atrapar un poco para inspirar nuestras vidas hoy. ¿Cómo ven?

 

El Bueno y El Malo

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Piensen en cualquier fábula o cuento de hadas. En todos ellos el tema se desarrollo alrededor de una lucha entre el bueno y el malo en cualquiera de sus variaciones. Por ejemplo, en “La tortuga y la liebre” hay una lucha entre el perseverante y el acelerado, en la “Bella durmiente” entre la princesa buena y la bruja mala, y así es en todos los cuentos. Más aún, en las parábolas y en las historias de la Biblia sucede lo mismo: el pasaje de David contra Goliat nos muestra la lucha entre la sabiduría y la fuerza bruta, la parábola del fariseo y el publicano nos enseñan al soberbio contra el humilde… la lista es interminable y en todas ellas sucede lo mismo: hay un bien y un mal en competencia.

Lo sorprendente de estas historias es lo que sucede frente a las páginas de los libros: en nosotros. La gran mayoría de las personas nos identificamos con el bueno de la historia: con el vencedor, con el listo, el bondadoso, con el príncipe o la princesa. Al leer uno de estos relatos, siempre creemos que estamos del lado del bien, incluso nos viene una ligera sensación de orgullo colectivo cuando el valiente gana la batalla, como si fuéramos nosotros los que vencieron al ogro, los buenos samaritanos o los que lograron descifrar el acertijo que deshizo el hechizo.

Lo malo de esta situación es que eso impide el aprendizaje del cuento. Si yo me siento la tortuga, no tengo nada que aprender. Si yo me identifico con el buen samaritano, o con la honorable doncella, entonces los demás son los que tienen que cambiar… o desintegrarse. Y a eso le llamo una gran oportunidad de crecimiento desperdiciada.

La realidad que necesitamos observar es que el bien y el mal viven en cada uno de nosotros. Si, en todos. Además hay algo más importante aún que hay que entender: estamos bien así como somos. Ese “malo” que tenemos dentro nos ha ayudado muchas veces en la vida: cuando hemos necesitado ser fuertes o cuando hemos tenido que sobrellevar alguna dificultad o defendernos de algún “villano” de carne y hueso.

La dificultad de aceptarnos como somos nace de nuestra necesidad humana básica de ser aceptados. Carl Jung, entre otros famosos psicólogos, nos ha introducido al fenómeno de “la sombra”, la parte de nosotros mismos que no queremos ver ni aceptar por miedo a ser rechazados. Desde muy temprana edad, aprendimos que, para ser queridos por nuestros padres y demás cuidadores, teníamos que comportarnos de cierta manera. Eso nos hizo rechazar algunas conductas que para ellos eran negativas y relegarlas al último rincón de nuestro subconsciente, donde creemos que no vamos a encontrarlas. Y digo “para ellos” porque los comportamientos no aceptables varían de familia en familia. Para una puede ser la deshonestidad y para otra el ser directo al hablar.

Lo malo, por supuesto, es que no podemos evitar ser lo que somos y de vez en cuando queremos ser agresivos para defendernos de un bully o queremos ser egoístas y comernos en último chocolate de la bolsa. Entonces sacamos nuestra peor parte y nos sentimos culpables y nos rechazamos a nosotros mismos como pensamos que lo harían los demás. Esto genera por ejemplo, relaciones de abuso en las que una persona regresa con su agresor porque se siente culpable de que éste sufra por su partida o relaciones en las que no se ponen límites sanos por sentimientos de culpa al reconocer las necesidades personales.

Aceptarnos como somos, con el “bueno” y el “malo” que nos habitan, nos dará un mayor repertorio de conductas adecuadas para poder elegir. Además, nos permitirá mejorar o cambiar lo que queramos ya que podremos aprender de las lecciones de la vida y de las fábulas o historias al reconocer nuestras debilidades de carácter.

Si logramos tomar todo lo que somos, podremos utilizar toda nuestra fuerza para nuestro bien y el de los demás. Seremos más auténticos y más respetuosos y, lo más importante, podremos aceptar a los demás también en su totalidad y sin juicios, lo cual les dará una libertad maravillosa de ser lo que son en plenitud y confianza.

Seguramente la perseverante tortuga nos deja una lección importante en la famosa fábula de Esopo, pero es indiscutible que hay veces en que la velocidad y la agilidad de la liebre son requeridas y más adecuadas a una tarea. Esta semana, los invito a pensar en la dualidad que compartimos y en cómo nos enriquece.

 

Lenguaje Interior

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Me tardé mucho tiempo en conocerlo y aún soy una aprendiz de este idioma, pero me esfuerzo porque he confirmado de primera mano la enorme riqueza que agrega a la vida de una persona el lenguaje interior: esa sensación extraña que de vez en cuando nos hace decidir algo sin saber por qué o sentirnos incómodos en algún lugar sin entenderlo y la intuición que viene de la información que recibimos inconscientemente mediante nuestras sensaciones corporales.

El movimiento de la Era de la Razón generado en el siglo XVIII, fue un parteaguas en la manera como el hombre se conocía a sí mismo y al mundo. Antes de esto, todo conocimiento era dictado por el misticismo religioso y por las supersticiones que plagaron la Edad Media. Así, surgieron en la época muchas corrientes de pensamiento y pensadores que fortalecieron el uso del razonamiento libre e independiente.

Sin embargo, nos equivocamos al pensar que este fue el momento culminante en la evolución del hombre. El haberle dado tanto poder a la razón nos ha privado de otras formas de adquirir información que tenemos y el lenguaje interno, lo que nuestro cuerpo nos dice sobre el mundo, es una de ellas.

La semana pasada hice el siguiente ejercicio con un grupo de alumnos: les pedí que cerraran los ojos y visualizaran frente a sí mismos a su padre. Les pedí que lo vieran alto, grande y fuerte y que vieran en él una mirada de profunda ternura hacia ellos. Independientemente de las ideas que pasaron por sus mentes, los alumnos comentaron haber sentido fuerza, aceptación y protección en ese momento. Lo más interesante del ejercicio es darnos cuenta de que nuestro cuerpo experimenta todo el tiempo sensaciones muy variadas y éstas nos dan información sobre nosotros mismos y sobre nuestra visión del mundo.

El problema con no escuchar lo que nos dice esta intuición es que nos limita la información a la hora de decidir. Numerosos estudios realizados a víctimas de asaltos y abusos han reportado que éstas pudieron percibir algo peligroso en la situación antes de ser atacadas. Es más, el uso de la intuición es una de las herramientas más recomendadas en los programas de defensa personal en el mundo. Lo que sucede es que percibimos el peligro pero tratamos de razonarlo y argumentamos su falta de lógica. De esta manera, los gritos de nuestra mente ahogan nuestras demás percepciones.

Y utilizar la razón es algo bueno, lejos estoy de negarlo, pero no es todo. En nuestra mente existen miles de creencias que nos ayudan a simplificar la realidad por un lado, y que la limitan, por otro. Si yo tengo la creencia de que tomar el camino más corto hacia un lugar es lo mejor, y pretendo tomar un atajo en la media noche por un callejón oscuro, mi lenguaje interior me mandará señales de alarma, pero si sólo escucho lo que mi mente dice, no haré caso y me expondré al peligro.

La solución entonces es aprender este lenguaje. Para empezar, les propongo el siguiente ejercicio:

Dense cuenta de cómo se mueven. Si continuamente sacuden un pie o una pierna o si se muerden las uñas, por ejemplo, pregúntense qué emoción les lleva a hacer eso. Cierren los ojos, vacíen su mente y repasen todas las emociones que conocen hasta que den con la que sienten. Les aseguro que verán cambios.

Todas las eras que han surgido a través de la historia tienen su principio y su final. Yo pienso que el final de la Era de la Razón está cerca. En su lugar, con suerte surgirá una era en la que seamos conscientes de que somos mucho más que un cerebro andante: fuimos creados con una profundidad y un poder que aún no logramos imaginar.

Cómo Has Crecido

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Cuando éramos chicos, lo escuchábamos con mucha frecuencia: “¡Cómo has crecido!”. La frase, siempre entre exclamaciones, nos hacía sonreír y darnos cuenta de nuestros pantalones brincacharcos  o de nuestros brazos largos en las mangas que tratábamos de estirar. Durante algunos años de nuestra vida, esa frase era el saludo más común de nuestras tías o de los amigos de nuestros padres: “¡Cómo has crecido!”

Por razones obvias, después de un tiempo y al llegar nuestra adultez joven, dejamos de escuchar esa frase y poco a poco se volvió ajena a nuestros oídos. Sin embargo, los seres humanos nunca dejamos de crecer. Las experiencias que vivimos, lo que aprendemos, las personas con las que nos relacionamos, todo nos deja una ligera capa de aprendizaje que se va acumulando y eso nos hace ser mayores.

Creo que esto es claro para la mayoría de nosotros, lo malo es que ahora la gente no nos dice “¡Cómo has crecido!” con tono feliz, sino que nos dicen “Cómo has cambiado” y el tono a veces tiene implicaciones de resentimiento, de acusación, de envidia o de desilusión que no suenan tan bien a nuestros oídos. La realidad es, no obstante, la misma: las ideas nos quedaron brincacharcos y tuvimos que estirar algunas creencias.

No nos hemos dado cuenta que cambiar es también crecer. La razón de esa resistencia es que para muchos de nosotros, el cambio trae consigo miedo. Nos da miedo cambiar y desacomodar nuestras relaciones con familia, pareja, amigos o tradiciones. Nos da temor cambiar y después no poder controlar ese cambio. O tal vez pensamos equivocadamente que cambiar es traicionar nuestros ideales.

Acerca de eso, Paul Watzlawick en su libro Cambio así como otros estudiosos del tema,  aseguran que es el dolor lo que provoca que una persona se movilice hacia un cambio, pero el miedo a veces impide ese movimiento. Es como  quienes tienen una enfermedad seria o crónica y no buscan más que una opción de tratamiento, sin atreverse a analizar otras opiniones aún cuando esa solución no esté dándoles los resultados que quieren. El temor de desafiar sus creencias puede estar impidiéndole sanar o al menos mejorar su calidad de vida.

Atreverse a hacer algo diferente no es una solución mágica, pero lo que si les puedo asegurar es que el la única manera de acercarse a ella. Intentar por fin una acción distinta, es un salto cuántico maravilloso que despierta muchas capacidades dormidas en nosotros. Además, cuestionar nuestras ideas nos permite reconocerlas, comprenderlas y conocernos mejor a nosotros mismos y eso será lo que nos permita abrazarlas nuevamente si así lo decidimos, pero con madurez y responsabilidad.

Mi conclusión es esta: ¡Adelante con los cambios! Adelante con el crecimiento. Adelante con ver las cosas de otra manera, con desechar creencias que no te sirven para ser feliz o para ser una persona mejor y más humana y compasiva. Adelante con desempolvar el intelecto, con desempolvar la fe, con desempolvar creencias limitantes de ti, de tu Dios, de tus capacidades y de las de los que te rodean. ¡Busca el crecimiento! Lee, toma cursos, platica con personas diferentes a ti, conoce lugares diferentes o inventa tu manera.

El frondoso canelo floreado que se mueve con el viento detrás de mi ventana me enseña que una semilla que no cambia, le quita al mundo un regalo lleno de belleza. Adelante sin miedo, en ti está una semilla plena de posibilidades.

4 Cosas que Debes Saber de Ti

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He puesto un ejercicio a varios de mis grupos de alumnos que siempre me deja aprendizajes. Se trata de escribir una lista de 50 cosas sobre ti mismo. No hay requisito sobre lo que quieras mencionar, puede ser interno, externo, físico, emocional, etc. La única regla es que tienen que ser sobre ti: 50 cosas que ayuden a describirte.

Algunas personas escriben de prisa, una línea tras otra hasta llegar al final, incluso hay veces que podrían seguir escribiendo. Hay otras que escriben despacio, meditando cada punto. Sin embargo, me he dado cuenta de que algunas personas se detienen después de unas cuantas frases porque no tienen suficiente conocimiento sobre cómo son.

No deja de provocarme ansiedad el hecho de que haya tantos seres humanos con ese grado de desconocimiento personal tomando decisiones sobre sus vidas, las de sus hijos, las de sus empleados y hasta las de su comunidad entera. ¿Qué herramientas tienen realmente para decidir?

Ya lo dijo Galileo Galilei hace cientos de años: “La mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo.” Es necesario saber cómo somos, qué nos gusta y qué queremos para poder caminar en la vida hacia ahí. Aunque los seres humanos somos tan cambiantes que no es posible saberlo todo, te propongo cuatro cosas indispensables que debes conocer sobre ti mismo, para poder funcionar en la vida:

1.¿De dónde vengo?

Si yo siembro una semilla sin saber qué especie de planta es, puede ser que la ponga al sol directo y, si la plantita que está naciendo es de sombra, se secará inmediatamente. Así mismo, necesito conocer de qué estoy hecho yo para poder cuidarme mejor. Si en mi familia hay alguna enfermedad que puede ser hereditaria, si hay leyendas de ancestros con destinos complicados, si mi madre y mi abuela viven ahogadas por la angustia, todo eso tendrá influencia en mi vida presente y solamente si tengo la información, puedo identificar el patrón y decidir si quiero seguirlo o no.

Además, nuestro pasado debe servirnos como experiencia de aprendizaje y crecimiento. Si por dolor lo negamos, nos perdemos esa parte tan beneficiosa de las dificultades.

2. ¿Qué me gusta hacer?

¿Qué te sientes feliz haciendo? ¿Qué te hace levantarte en las mañanas? ¿Qué te gustaría hacer si tuvieras todo el tiempo y dinero del mundo? Piensa en estas preguntas porque en ellas está la clave para tu realización personal. Solamente si nos dedicamos a hacer aquello que nos gusta, seremos plenamente exitosos y felices. Hay a quienes les cuesta reconocer lo que les gusta hacer porque les parece algo inútil o vano. Valorarlo como algo único en ti es parte de tu aceptación personal y autoestima. Ten en cuenta que hay muchas personas exitosas y realizadas dedicando su vida a algo que para ti puede ser incomprensible. ¡Esa es la maravilla de ser irrepetibles!

Puede ser que por el momento no te sea fácil dedicarte de lleno a lo que te gusta pero seguramente tienes una o dos horas a la semana en las que lo puedes practicar. Ese es un excelente primer paso que traerá muchos beneficios a tu vida.

3. ¿Cuáles son mis valores?

¿Qué es importante para ti? ¿Qué salvarías en un incendio? Puedes decir que el ejercicio diario, la meditación o la familia son de vital importancia para tu bienestar, la cuestión será ser congruente y dedicarle tiempo a eso que dices valorar. Si te encuentras asegurando que lo más importante para ti son tus hijos y tienes 24 horas sin haberles dado un abrazo o haber tenido con ellos una conversación (los regaños no cuentan) puede ser que necesites revisar lo que realmente consideras digno de tu tiempo y atención.

4. ¿A dónde voy?

Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, escribió una frase que ahora las nuevas teorías metafísicas no dejan de asegurar: “El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va”.  El punto principal es que para poder avanzar y no caminar en círculos, hay que saber a dónde queremos dirigirnos. ¿Cómo te quieres ver en un año? ¿En cinco? ¿En veinte? Estas visualizaciones pueden ayudarte a elegir el rumbo de tu vida. Será indispensable alienar estos objetivos con tus valores y tus aptitudes para que te sostengan y provean de la motivación que necesitas.

El autoconocimiento es un proceso que dura toda la vida. Podemos evitarlo y seguir creyendo que somos lo que los demás dicen que somos o podemos empezar a descubrir la riqueza que todos tenemos en el interior. Si te atreves a descubrir quién eres, encontrarás tu mayor tesoro y podrás por fin disfrutarlo y compartirlo con los demás.

El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va. -Antoine de Saint-Exupéry Share on X

Gloria y la Codependencia

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Supongamos que se llama Gloria. Ha tenido un matrimonio más o menos rocoso debido a diferentes circunstancias y decidió integrarse a un grupo de ayuda. En él ha aprendido a identificar y empezar a modificar algunas conductas que le estaban ocasionan conflictos constantes, pero al hacerlo…  ¡se siente fatal!

Los reclamos, las miradas heridas, las quejas y demás respuestas de su familia por no seguir haciendo lo que siempre hacía, le causan una culpa que le dificulta cambiar. La duda de si es correcto tomar decisiones de forma independiente, las creencias de lo que es una mujer, la angustia ante la pérdida del control y los juicios de algunos la obligan a regresar a sus patrones de siempre.

El día que inició su curación, me llamó desde una tienda, con una prenda de ropa en la mano que había ido a devolver veinte minutos después de pagarla porque, aunque se la había comprado con dinero fruto de su propio trabajo, se sentía culpable de haberse gastado el dinero en algo que ella quería y necesitaba en lugar de dárselo a algún miembro de su familia para algo que ellos quisieran o necesitaran. “¿No es mi obligación cuidar a los míos? ¿No debo sacrificarme por ellos?” me preguntó muy confundida. Lo más interesante es que después de hablar un poco identificó que, además de culpable, se sentía furiosa consigo misma y con todos.

¿Les parece un caso complicado? No lo es en realidad. Este estado mental confuso entre la culpa, la angustia y la furia tiene un nombre muy conocido: codependencia. Incontables autores han hablado ya sobre este tipo de relación en la que una persona colabora a mantener la inmadurez, adicción o irresponsabilidad de otra u otras mediante la solución de todos sus problemas.

El reto no es nombrar esta condición humana sino entender de dónde viene. En este “mi año de la autoestima” he aprendido algo sobre esto: las personas codependientes viven con la premisa de “si tu estas bien, yo estoy bien”. Así, procurará que la otra persona no sufra, aún cuando el sufrimiento sea justificado o incluso beneficioso. Y lo malo de intentar evitar que otro sufra, es que es imposible. El resultado es un fracaso estrepitoso y conducente a depresión y pérdida de sentido de vida. ¿Cómo podemos evitar esto?

Lo primero que Gloria hizo fue trabajar en el fortalecimiento de su autoestima. Si nos dedicamos a conocernos mejor y crecemos en la aceptación y el amor hacia nosotros mismos, no tendremos la necesidad de que otro esté bien para ser felices. Aprenderemos a cuidarnos y a tratarnos bien, a realizar nuestros sueños, a vivir bien. Seremos inmunes a las manipulaciones o mentiras y no permitiremos malos tratos. Además, nuestra actitud les enseñará a los demás también a amarse y a respetarse ellos mismos y eso puede ser lo que por fin los haga mejorar su vida. Si quieren.

Estos cambios no serán por un tiempo del agrado de quienes comparten la condición de codependencia con nosotros, pero si serán de gran beneficio. Gloria entendió que si realmente necesitaba que el otro fuera feliz para poder ser feliz, liberarse de la codependencia era el único camino. ¿Cómo lo ves tú?

5 Estrategias Para Crear Emociones Positivas

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Piensa en la última conversación que tuviste. ¿Con quién fue? ¿Cómo te sentiste después de dejar a esa persona? ¿Cómo crees que se sintió ella? Si queremos tener mejores relaciones personales, no es suficiente con desearlo. Lograrlo requerirá que tengamos esa conciencia de cómo son nuestras interacciones diarias y qué dejamos en las personas que se cruzan en nuestro camino.

La semana pasada, en el artículo del libro de la semana, prometía hablar de cinco estrategias que propone Tim Roth para incrementar las emociones positivas en las relaciones personales y lo prometido es deuda… Estas propuestas son sencillas de practicar y aún así muy transformadoras si las aplicamos con tenacidad y atención:

Estrategia #1: Evita la negatividad

Piensa de nuevo en tu última conversación. ¿Los comentarios que hiciste a la otra persona incluyeron quejas o críticas?  Si es así, no estás solo. La revista Psychology Today [1] asegura que de los miles de pensamientos que cruzan diariamente por nuestra cabeza, alrededor del 70% son negativos.

Cuando hacemos comentarios negativos de nosotros o de los demás, cuando nos quejamos de cosas que no podemos cambiar o cuando elegimos ver el lado negativo de la vida en general, estamos restando emociones positivas de nuestra vida. El reto será hacer estas revisiones de nuestros encuentros y evaluar la calidad de nuestras aportaciones. Darnos cuenta de lo que decimos a los demás es la clave para poder modificarlo.

Estrategia #2: Ilumina lo que está bien

En las últimas 24 horas ¿has halagado o felicitado a alguien por algo bien hecho? ¿Has ayudado a alguien a ver algo positivo sobre sí mismo? Es increíble lo acostumbrados que estamos a señalar lo que está mal o lo que no nos gusta de los demás o de nosotros mismos. En cambio, señalar lo positivo nos parece a veces superfluo o incluso tenemos falsas creencias añejas de que pueden producirle efectos negativos.

Reconocer y valorar lo que alguien hace bien es una enorme fuente de emociones positivas. Ten presente además, que lo que reconoces en otra persona ayuda a forjar su identidad y fortalece sus futuros logros en esa área. Si quieres ver más de una conducta, date a la tarea de observarla y resaltarla.

Estrategia #3: Haz mejores amigos

Está comprobado que las personas con relaciones personales enriquecedoras tienen una vida más satisfactoria. Convertir a tus compañeros de trabajo o a tus familiares en mejores amigos hará que las dificultades normales sean más llevaderas y simples.

Llamar a las personas por su nombre, reconocer sus logros, interesarte por sus vidas o por sus planes y apoyarlos en su camino son cosas que puedes hacer para convertir a simples conocidos en amigos verdaderos.

Estrategia #4: Regala algo inesperado

Por supuesto el regalo no tiene que ser algo valioso y ni siquiera algo material. Un abrazo, un pequeño objeto o hasta servirle a alguien una taza de café será doblemente apreciado si es inesperado debido al factor sorpresa. Esto llenará de emociones positivas a quien recibe el obsequio y, por supuesto, de quien lo da.

Estrategia #5: La Regla de Oro en reversa

No  “Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti” sino:  “trata a los demás como a ellos les gustaría ser tratados por ti.” Tómate el tiempo de conocer a las personas y saber qué les gusta y qué no. Hay quienes prefieren ser felicitados en público y quienes prefieren unas palabras en privado. Hay quienes prefieren un abrazo efusivo y quienes se sentirán incómodos con esa expresión de afecto. Esta atención personalizada hará que tus interacciones sean más significativas para la otra persona y que se sienta más valorada.

Lograr emociones más positivas es una tarea de todos los días, pero si sigues estas estrategias, seguramente verás más sonrisas felices en quienes te rodean. ¿Qué tal si lo intentas?

[1] https://www.psychologytoday.com/blog/sapient-nature/201310/how-negative-is-your-mental-chatter