Amor Incondicional Contigo

amor-incondicional-2

Si entráramos a una regadera en la que solamente se nos mojaran las partes de nuestro cuerpo que nos gustan ¿qué porcentaje de nosotros permanecería seco? Y si nos dieran un espejo en el que se pudiera ver nuestra prudencia, egoísmo o disciplina ¿nos gustaría asomarnos?

Nos amamos, es cierto, el problema es que no lo hacemos incondicionalmente. En algún momento de nuestra infancia se nos dijo que para ser amados, había que cumplir algunos requisitos. Lo que esto hizo es que no nos consideráramos dignos de ser amados como somos, por el simple hecho de existir, sino que aprendimos que el amor era producto del esfuerzo y de qué tanto podíamos moldearnos a un ideal determinado.

Para colmo, vivimos en un mundo con esquizofrenia espiritual. Se nos dice que hay un poder infinito y amoroso en el universo, el nombre es lo de menos aunque yo le llamo Dios, pero para poder acceder a ese amor hay que “portarnos bien”. ¡No nos damos cuenta de la enorme contradicción que esto conlleva! Podemos creer que Dios es infinitamente misericordioso o no, pero no podemos creer que lo sea si nos condiciona su amor. Esa locura nos contagia la vida diaria y nos enseña que el amor es exigente y complicado de conseguir.

Y ¿por qué es importante este “amor incondicional” a nosotros mismos? Porque ese es en realidad el único amor que hay. Esa es y será la medida y el límite con el que podremos amar a los demás. Si notas que te cuesta relacionarte de forma profunda, si te sientes solo o distante en tus relaciones o si te molesta el contacto físico y los “apapachos”, puede ser que este sea el freno de mano que traes puesto.

La solución a esto puede llegar en un segundo, o puede tardar toda la vida. Depende de cuánto estemos dispuestos a cuestionar nuestras ideas acerca de lo que creemos que es digno de ser amado. En realidad, todos tenemos razones de sobra para ser como somos. Cuando tomamos en nuestras manos a un bebé recién nacido, no le exigimos que se comporte de alguna manera o que tenga un tipo de cuerpo para poder sentir ternura hacia él. Instintivamente lo tomamos con cuidado y lo acercamos a nuestro corazón y sonreímos. Tenemos la creencia de que los bebés son perfectos como son y que son dignos de amor y caricias hagan lo que hagan. Que maravilloso sería si cambiamos las críticas automáticas y la exigencia hacia nosotros mismos por creer que también somos dignos de amor y ternura así como somos. Es sólo cuestión de sustituir una creencia por otra: mucho más liberadora y nutriente.

Mi invitación esta semana para ti es practicar el amor hacia ti mismo y te propongo esta forma: observa la manera como te hablas y lo que te dices y detén cualquier pensamiento ofensivo o hiriente. En cambio, abrázate, aunque sea a solas,  y piensa con amor lo que te gustaría decirle a un niño pequeño e indefenso en tu lugar. Al hacerlo, se vale reír y se vale llorar… sobre todo, se vale ser feliz.

Gloria y la Codependencia

codependencia-2

Supongamos que se llama Gloria. Ha tenido un matrimonio más o menos rocoso debido a diferentes circunstancias y decidió integrarse a un grupo de ayuda. En él ha aprendido a identificar y empezar a modificar algunas conductas que le estaban ocasionan conflictos constantes, pero al hacerlo…  ¡se siente fatal!

Los reclamos, las miradas heridas, las quejas y demás respuestas de su familia por no seguir haciendo lo que siempre hacía, le causan una culpa que le dificulta cambiar. La duda de si es correcto tomar decisiones de forma independiente, las creencias de lo que es una mujer, la angustia ante la pérdida del control y los juicios de algunos la obligan a regresar a sus patrones de siempre.

El día que inició su curación, me llamó desde una tienda, con una prenda de ropa en la mano que había ido a devolver veinte minutos después de pagarla porque, aunque se la había comprado con dinero fruto de su propio trabajo, se sentía culpable de haberse gastado el dinero en algo que ella quería y necesitaba en lugar de dárselo a algún miembro de su familia para algo que ellos quisieran o necesitaran. “¿No es mi obligación cuidar a los míos? ¿No debo sacrificarme por ellos?” me preguntó muy confundida. Lo más interesante es que después de hablar un poco identificó que, además de culpable, se sentía furiosa consigo misma y con todos.

¿Les parece un caso complicado? No lo es en realidad. Este estado mental confuso entre la culpa, la angustia y la furia tiene un nombre muy conocido: codependencia. Incontables autores han hablado ya sobre este tipo de relación en la que una persona colabora a mantener la inmadurez, adicción o irresponsabilidad de otra u otras mediante la solución de todos sus problemas.

El reto no es nombrar esta condición humana sino entender de dónde viene. En este “mi año de la autoestima” he aprendido algo sobre esto: las personas codependientes viven con la premisa de “si tu estas bien, yo estoy bien”. Así, procurará que la otra persona no sufra, aún cuando el sufrimiento sea justificado o incluso beneficioso. Y lo malo de intentar evitar que otro sufra, es que es imposible. El resultado es un fracaso estrepitoso y conducente a depresión y pérdida de sentido de vida. ¿Cómo podemos evitar esto?

Lo primero que Gloria hizo fue trabajar en el fortalecimiento de su autoestima. Si nos dedicamos a conocernos mejor y crecemos en la aceptación y el amor hacia nosotros mismos, no tendremos la necesidad de que otro esté bien para ser felices. Aprenderemos a cuidarnos y a tratarnos bien, a realizar nuestros sueños, a vivir bien. Seremos inmunes a las manipulaciones o mentiras y no permitiremos malos tratos. Además, nuestra actitud les enseñará a los demás también a amarse y a respetarse ellos mismos y eso puede ser lo que por fin los haga mejorar su vida. Si quieren.

Estos cambios no serán por un tiempo del agrado de quienes comparten la condición de codependencia con nosotros, pero si serán de gran beneficio. Gloria entendió que si realmente necesitaba que el otro fuera feliz para poder ser feliz, liberarse de la codependencia era el único camino. ¿Cómo lo ves tú?

5 Estrategias Para Crear Emociones Positivas

emociones positivas 2

Piensa en la última conversación que tuviste. ¿Con quién fue? ¿Cómo te sentiste después de dejar a esa persona? ¿Cómo crees que se sintió ella? Si queremos tener mejores relaciones personales, no es suficiente con desearlo. Lograrlo requerirá que tengamos esa conciencia de cómo son nuestras interacciones diarias y qué dejamos en las personas que se cruzan en nuestro camino.

La semana pasada, en el artículo del libro de la semana, prometía hablar de cinco estrategias que propone Tim Roth para incrementar las emociones positivas en las relaciones personales y lo prometido es deuda… Estas propuestas son sencillas de practicar y aún así muy transformadoras si las aplicamos con tenacidad y atención:

Estrategia #1: Evita la negatividad

Piensa de nuevo en tu última conversación. ¿Los comentarios que hiciste a la otra persona incluyeron quejas o críticas?  Si es así, no estás solo. La revista Psychology Today [1] asegura que de los miles de pensamientos que cruzan diariamente por nuestra cabeza, alrededor del 70% son negativos.

Cuando hacemos comentarios negativos de nosotros o de los demás, cuando nos quejamos de cosas que no podemos cambiar o cuando elegimos ver el lado negativo de la vida en general, estamos restando emociones positivas de nuestra vida. El reto será hacer estas revisiones de nuestros encuentros y evaluar la calidad de nuestras aportaciones. Darnos cuenta de lo que decimos a los demás es la clave para poder modificarlo.

Estrategia #2: Ilumina lo que está bien

En las últimas 24 horas ¿has halagado o felicitado a alguien por algo bien hecho? ¿Has ayudado a alguien a ver algo positivo sobre sí mismo? Es increíble lo acostumbrados que estamos a señalar lo que está mal o lo que no nos gusta de los demás o de nosotros mismos. En cambio, señalar lo positivo nos parece a veces superfluo o incluso tenemos falsas creencias añejas de que pueden producirle efectos negativos.

Reconocer y valorar lo que alguien hace bien es una enorme fuente de emociones positivas. Ten presente además, que lo que reconoces en otra persona ayuda a forjar su identidad y fortalece sus futuros logros en esa área. Si quieres ver más de una conducta, date a la tarea de observarla y resaltarla.

Estrategia #3: Haz mejores amigos

Está comprobado que las personas con relaciones personales enriquecedoras tienen una vida más satisfactoria. Convertir a tus compañeros de trabajo o a tus familiares en mejores amigos hará que las dificultades normales sean más llevaderas y simples.

Llamar a las personas por su nombre, reconocer sus logros, interesarte por sus vidas o por sus planes y apoyarlos en su camino son cosas que puedes hacer para convertir a simples conocidos en amigos verdaderos.

Estrategia #4: Regala algo inesperado

Por supuesto el regalo no tiene que ser algo valioso y ni siquiera algo material. Un abrazo, un pequeño objeto o hasta servirle a alguien una taza de café será doblemente apreciado si es inesperado debido al factor sorpresa. Esto llenará de emociones positivas a quien recibe el obsequio y, por supuesto, de quien lo da.

Estrategia #5: La Regla de Oro en reversa

No  “Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti” sino:  “trata a los demás como a ellos les gustaría ser tratados por ti.” Tómate el tiempo de conocer a las personas y saber qué les gusta y qué no. Hay quienes prefieren ser felicitados en público y quienes prefieren unas palabras en privado. Hay quienes prefieren un abrazo efusivo y quienes se sentirán incómodos con esa expresión de afecto. Esta atención personalizada hará que tus interacciones sean más significativas para la otra persona y que se sienta más valorada.

Lograr emociones más positivas es una tarea de todos los días, pero si sigues estas estrategias, seguramente verás más sonrisas felices en quienes te rodean. ¿Qué tal si lo intentas?

[1] https://www.psychologytoday.com/blog/sapient-nature/201310/how-negative-is-your-mental-chatter

Cinco Puntadas

Cinco puntadas 2

Había sido solo un golpe, requeriría algunas puntadas pero mi hijo estaba bien y aún así, entré al hospital agitada. En las salitas de emergencia se veían pies descalzos y rostros preocupados que hablaban en susurros. Pasé sin querer ver y sin poder evitarlo.

La enfermera nos condujo al cubículo que estaba al final del pasillo, pasado junto a un policía que nos miró con desconfianza. ¿Será tal vez su gesto habitual y mi nerviosismo lo hizo parecer así? Amablemente, me ensartó un par de formas para llenar en la mano y revisó al herido. Necesitaba varias puntadas pero el doctor tardaría una hora en llegar.

Una hora da para mucho en un hospital. Las tienditas de regalos sólo nos entretuvieron unos minutos. Caminamos por un café a la cafetería, donde familiares de pacientes comen en silencio junto a médicos y enfermeras. No se ve contacto entre ellos, como si en este lugar neutral no fuera permitido hablar de la guerra. Cada uno come con los de su propio bando.

Regresamos por pasillos laberínticos, encontrando camillas ocupadas y doctores hablando con parejas afuera de las puertas explicando algo, que seguramente no se alcanzaba a comprender por completo. Tome a mi hijo de la mano, no sé si para cuidarlo o para que él me cuidara a mí. Y en todo ese tiempo, solo una palabra resonaba en mi cabeza: gracias.

Gracias por los que sobreviven, por los que desde la silla de ruedas, consuelan a sus hijos. Gracias por las miradas amables, por los que rezan y por los que logran seguir siendo humanos en ese campo de batalla pintado de blanco. Gracias por las vendas, los tubos, los hilos, las manos que curan y las miradas que saben qué hacer.

El doctor tenía sentido del humor, y despejó el ánimo. Cinco puntadas y salimos rechinando. El cielo me pareció más azul y el sol más brillante. Comprendí. Por un segundo, comprendí enteramente el objetivo de las dificultades. Valorando más que nunca la vida, dije un último gracias por dentro y mi hijo, casi al mismo tiempo me dijo quedito: “Gracias, ma”.

 

La caída

La caida 2

Salí volando… literalmente. No pensaba subir por el elevador del aeropuerto pero la puerta se abrió justo cuando iba pasando y me metí con prisa. Intentaba sacar el pase de abordar de mi bolsa mientras balanceaba un latte helado cuando, después del sonido de la campanita, la puerta se abrió… a mis espaldas. Al entrar, no vi que el elevador se abría por los dos lados. Apurada, batallé para darle vuelta al veliz mientras intentaba guardar el pase y los chicles que acababa de comprar y salí casi corriendo para evitar que se cerrara la puerta en mis narices, pero mi pie se atoró en un pedazo del suelo que el elevador ya  no quiso alcanzar y entonces fue que volé.

Primero golpeé el suelo con las rodillas, después me impacté con el codo derecho y con la mano izquierda, en la que llevaba el latte helado recién servido, el cual explotó contra la dura loza y bañó al menos a cinco personas que, asombradas, miraban el elevador intentando encontrar a alguien que quizá me hubiera empujado. Finalmente mi cabeza se impactó fuertemente con un carrito metálico para llevar velices que conducía una mujer joven con un bebé colgado en el frente al estilo canguro y una mochila enorme atrás.

No sé si fue el duro golpe en la cabeza pero por unos segundos no escuché más que silencio. Luego observé movimiento a mi alrededor mientras revisaba los músculos de mi cuerpo a ver si no tenía algo roto. Me dolía todo. El codo me retumbaba.

De pronto vi que una mano enorme intentaba levantarme. La dueña de la manaza, una señora afroamericana, meneaba lentamente la cabeza como se hace con un niño travieso al que hay que tenerle paciencia. “Debes tener más cuidado” me dijo en inglés con un fuerte acento mientras me ayudaba a sentarme. Noté sus pantalones manchados de café y sentí detrás de los ojos la punzada de la jaqueca que se avecinaba.

Dos mujeres musulmanas con hiyab cubriéndoles el cabello, una de ellas empujando una carriola con un niño, mi miraban con timidez pero lentamente siguieron el ejemplo de una joven oriental y me ayudaron, recogiendo mis cosas esparcidas entre el charco de latte, y sacudiéndolas. Un joven con los brazos completamente cubiertos de tatuajes de colores me ayudó a ponerme de pie y me dio en la mano mi pase de abordar mientras me preguntaba si estaba “okey”. Yo mantenía la cabeza baja, el espectáculo y las gotas de café que veía en sus ropas me hacían sentir una vergüenza indecible.

Cuando estuve de nuevo posibilitada para alejarme, los miré a todos. La joven madre del carrito metálico, recogió el vaso vacío de líquido café y tirándolo al basurero, me sonrió y se encogió de hombros como expresando que la vida a veces juega esas bromas y no hay nada que hacer. Le agradecí la sonrisa con otra y les di las gracias a todos, disculpándome por el contratiempo. Entonces el elevador se abrió de nuevo y salieron otras personas que acababan de subir. Así fue como me di cuenta de que ninguna de las personas que había estado esperando el elevador cuando yo hice mi entrada triunfal se había ido. Todos se quedaron, primero asombrados y después a ayudarme. Ninguno me abandonó al caer ni me dejaron en el suelo para seguir con sus vidas. No me lo van a creer, pero sentí ganas de llorar al verlos al fin acomodarse en el elevador para bajar. Aquellos extraños samaritanos me conmovieron profundamente.

Con renovada fe en la humanidad y las rodillas adoloridas, me subí finalmente al avión que me condujo a casa. Me emociona recordar a ese grupo de gente, representativa de tan diferentes ideologías, unida por una ridícula casualidad y haciendo el bien. He considerado llamar a la ONU y narrarle a alguien mi experiencia para intentar expresar que los ciudadanos común y corrientes del mundo no queremos divisiones ni guerras, al contrario: ¡nos ayudamos sin conocernos! Además estoy segura de que no soy la única que ha vivido una experiencia similar, aunque espero menos embarazosa, y podríamos colaborar a la paz mundial con nuestros testimonios.

Bueno, creo que sería un proyecto interesante, pero mientras eso sucede ¿tal vez haya manera de hacer que Trump se tropiece en un aeropuerto? ¡Le haría tanto bien!

 

Lo que vemos

Lo que vemos

Hay una dinámica que utilizo a veces en mis clases que consiste en un juego de tarjetas que contienen imágenes, medio dibujadas medio abstractas. Cada persona debe elegir una, observarla detenidamente y después explicar qué significa para ella la tarjeta, qué emoción le genera y qué la hizo elegirla. Siempre me sorprende como una misma imagen puede significar algo muy importante para alguien y, para otra persona, algo totalmente distinto e igualmente significativo. ¿Qué hace que esto suceda?

Lo hemos escuchado tantas veces que ya no le ponemos atención: desde frases populares como “Nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” hasta la ahora famosa Ley de Correspondencia: “Como es arriba es abajo, como es adentro es afuera”, hay mucha información que nos indica que la manera como nos sentimos y percibimos nuestra realidad depende solo y únicamente de nosotros.

¿Qué significa esto en sentido práctico? En todas las vidas hay problemas, accidentes y dificultades. Eso es una realidad. Tener una mente positiva no nos protege contra eso. Sería muy iluso pensar que por tener paz interior, nadie se me va a atravesar en la calle o nadie va a venir a descargar su enojo conmigo. El esperar eso me hará sin duda resentir los sucesos de dificultad más cotidianos. Si yo, en cambio, entiendo que la vida es así y decido utilizar las complicaciones para aprender o crecer, entonces estaré mejor preparada para sortearlas positivamente. Eso es lo que depende de mí: no lo que me pase, sino lo que hago con lo que me pase.

Hace unos días estaba celebrando el cumpleaños de una amiga y su hija de cinco años llegó patinando hasta la mesa en donde estábamos sentadas con tal velocidad, que volteó todos los vasos. Durante el alboroto de recogerlos y limpiar el líquido derramado, pude observar varias reacciones diferentes: entre otras, había la que se reía por la sorpresa y la que limpiaba con preocupación y seriedad. Cada una, vivimos la misma situación pero desde detrás de nuestros propios lentes. El resultado es que alguien llegará a su casa platicando de una tarde graciosa y alguien llegará quejándose de la molestia que vivió.

Lo importante en este tema es que usualmente olvidamos que podemos cambiar nuestros lentes. Si no nos gusta la manera en que estamos viendo la vida… ¡podemos elegir otra! ¿Cómo? La gratitud es un excelente primer paso. Estoy convencida de que cambiar nuestra mirada y observar lo bueno, lo noble o lo positivo en todas las personas y situaciones (y si, todas tendrán algo) hará que nuestra experiencia completa se trasforme. Apreciar la vida significa apreciar todo lo que ésta contiene, como es.

La reacción que más admiré ese día de los vasos derramados fue la de la madre:  plenamente consciente de que su hija no habría querido molestar a sus invitadas, con calma le preguntó si se había hecho daño y le dijo que pidiera disculpas y ayudara a recoger. Lo que pudo haber sido un drama, fue un suceso que terminó en menos de 5 minutos y la niña aprendió la lección sin ser humillada o regañada. El tener una visión optimista de los demás hace que nuestra reacciones, aún en las dificultades, sean también positivas.

¿Cómo ves tú la vida? ¿Vives con miedo o con esperanza? ¿Cómo reaccionas a las personas o situaciones complicadas? Estas preguntas pueden darte una idea de cómo es tu visión de la realidad que te rodea. Si no te gusta lo que ves, decídete a cambiarla. El mundo cambiará cuando tú lo hagas.

¡Dialoguemos!

dialogo 2

Confieso que soy una enamorada del diálogo. Creo en el ejercicio de compartir la mente y el corazón mediante las palabras. Sé que en él, encuentro el reflejo que me muestra quien realmente soy.

En lo más profundo de mí misma, existe un ser diferente de lo que los otros ven y sólo puedo mostrarme a quien me busca. A quien está dispuesto a verme como soy. En el ejercicio de la conversación comprometida, puedo enseñarte a quien vive en mí y la maravilla de hacer esto es que, si conservas la paz, si no te defiendes, yo también puedo verlo y aceptarlo… y aceptarme.

Mi plática lanza preguntas entre líneas: ¿Me ves? ¿Me ves a mi realmente? Tengo una historia, pero no soy esa historia. Tengo antepasados, nacionalidad, recuerdos de sucesos anteriores a mí y a los que estuvieron antes de mi pero no soy nada de eso.

No soy otros que vinieron pero que no se quedaron. Sombras de otras vidas que tu quieres ver en mí. No soy lo que tu sueñas. En el diálogo puedes verme como soy, si quieres. Si te atreves. Porque al verme, te verás a ti mismo un poco también. Ojalá el miedo de verte no te impida conocerme a mí.

¿Me ves? ¿Puedo ser contigo como soy? Hay tanto miedo a la realidad de lo que somos, tantos juicios quemados a fuego que nos asustan y nos alejan; pantallas que usamos para estar a salvo de nuestra humanidad: un poco imperfecta, un poco rara, un poco amarillenta…

A pesar de ser así de intenso, creo en la bondad del diálogo porque sé que todos los hombres y mujeres de este mundo tenemos la necesidad de ser vistos. No queremos pasar por la vida como fantasmas a quienes nadie ve y algunos temen sin conocer. No queremos ser el anhelo no cumplido de alguien que planeó cómo seríamos o la pieza perdida que alguien necesita para realizar su sueño.

Hoy quiero verte y por eso te invito a este coloquio. Si tú te muestras, yo podré conocerme mejor. Si me ves, tu también te verás.  En ese intercambio, los dos seremos más reales y ¿qué es vivir sino eso? ¡Dialoguemos!