5 Cosas que debes tirar en enero

 basura

Para renovarse, no es necesario hacer una gran transformación el primer día del año, basta con hacer cambios pequeños, pero regularmente. Hoy no te propongo hacer la gran limpieza anual sino solamente desechar de tu casa y de tu vida estas cinco cosas y así empezar a ser más consciente de lo que te rodea y de lo que puedes cambiar si lo decides.

1. Algo que no te queda

Imagínate que viene a visitarte una tía lejana y todo el día no hace más que reprocharte tus errores y compararte con personas que cree que son mejores que tú. ¿Cuánto tiempo la tolerarías? La ropa no te queda pero que sigues viendo cada día es semejante a esa tía: te hace sentirte mal sobre quién eres y te impide ver todo lo bueno que sí has logrado. Deshazte lo más pronto que puedas de esa molesta visita en tu casa y empieza hoy regalando una prenda de ropa que seguramente hará feliz a alguien más.

Pero la ropa es sólo un ejemplo. Revisa tus relaciones o amistades y observa quiénes te hacen sentir mal sobre ti mismo o quiénes te recuerdan constantemente a la persona que fuiste pero que ya dejaste atrás al crecer. Ellas pueden ser dignas de tu cariño, pero este es un buen momento para darles las gracias por lo que te enseñaron y dejarlas partir.

2. Algo que no te gusta

Conozco a una persona que vive rodeada de cosas extrañas que la han regalado. La primera vez que le dieron por obsequio un adorno muy estrafalario, lo agradeció inmensamente y lo puso en el centro de su sala para no ofender a los que se lo dieron. Los demás, interpretando que ese era su gusto, siguieron el ejemplo y cada año se esfuerzan por encontrar un objeto aún más raro que los anteriores. Ninguno le gusta, pero no sabe qué hacer.

Es necesario tomar posesión del lugar que habitas. Sea una habitación o una mansión, reconoce que es tuya y toma el control. No hay nada como vivir rodeado de objetos agradables a tus sentidos, el valor monetario que tengan será siempre lo de menos. Antes de que termine el mes, regala al menos un objeto de tu casa que preferirías no ver cada día. Lo que tu deseches puede ser el objeto favorito de alguien más.

3. Algo que no te cabe

¿No cierran tus cajones? ¿No puedes mover los ganchos del clóset porque no hay espacio? Te tengo una noticia: tienes más de lo que necesitas. Según los profesionales del guardarropa, una persona necesita solamente diez piezas de cada cosa en un año. Esto es, diez pantalones son el máximo que debes tener e igual número de faldas, vestidos o zapatos. Si, también zapatos. Hoy, elige algo que no has usado en el último año de cada cajón de tu casa y siente la nueva ligereza que adquiere tu vida.

Este punto también se aplica a la agenda diaria. Si no tienes tiempo para hacer lo que te gusta o quieres o si no puedes cumplir con los compromisos que ya tienes, no debes seguir agregando nuevos. Toma una hoja y elige un tiempo de cada día para lo que quieres hacer en forma personal como ejercicio, meditación o lectura. Después, separa un espacio de cada día para dedicarlo a los miembros de tu familia. En seguida, marca un tiempo para lo que necesitas hacer como trabajo o compras. Lo que te quede será el espacio para las actividades extra que decidas. Asegúrate de invertir tu día y tu vida en lo que quieres y te gusta hacer y desecha hoy una actividad que realizas por motivos que ya no te llenan.

 4. Algo que te duele

Una vez compré unos zapatos plateados que amé a primera vista. Eran delicados y elegantes y usarlos me hacía sentir como una princesa… por los primeros diez minutos. El resto del día esperaba el momento de podermelos quitar. Reconocer que había cometido un error al comprarlos me costó, pero las ampollas no me dejaban escapar de la verdad.

Como esos zapatos, hay cosas, actividades, relaciones o asuntos pendientes que nos causan dolor, aunque en algún momento pensamos que eran perfectos para nosotros. Aunque probablemente nos hayan dejado una gran lección, no nos hace bien guardarlos para siempre. Analiza hoy tus emociones y si notas algo que te cause dolor, reconócelo y decídete a dejarlo atrás. Si necesitas ayuda para hacerlo, siempre podrás encontrarla, por ejemplo, en las personas entrevistadas para este blog.

 5. Algo que no funciona

Hay cosas que no se pueden reparar. Desde la secadora de pelo que te costará más arreglar que lo que cuesta una nueva hasta ese proyecto que tienes años intentando sin resultados. Dedicarte a cosas que no funcionan te impide hacer otras que no has intentado pero que podrían resultar más beneficiosas para ti.

Este mes, haz un inventario de cosas que no funcionan en tu vida y elige deshacerte de una. El espacio mental que esto te brindará será alimento para tu creatividad y tu energía positiva.

Con esta tarea los dejo, son solamente cinco pequeños pero profundos cambios que les brindarán más libertad y más optimismo para empezar el año. ¿Qué tal si me cuentan cómo les fue?

El Eco de la Vida

Hay un sencillo cuento que habla de un hombre que fue con su hijo de paseo a las montañas y al llegar a la cima, el hijo lanzó un grito que el eco le regresó. Asombrado, lanzó otro y luego otro y le preguntó a su papá qué era eso que respondía a sus gritos. El papá, aprovechando la oportunidad para enseñarle algo a su pequeño, le respondió que era la vida y procedió a gritar varias palabras como “alegría”, “perdón”, “paz”, “enojo” y “odio”. Al escuchar el eco de las palabras que él decía, le dijo a su hijo que la vida es así, siempre te regresa lo que tú le das.

Yo he creído eso por mucho tiempo. Esta semana, sin embargo, recibí una lección que me tiene con la cabeza ocupada. A veces la vida te da un golpe que te deja sin aire. Al ver el llanto de una madre al perder a su hija, al escuchar su gemido de dolor, al verla desmoronarse cuando es una mujer que se ha sobrepuesto a tanto ya, no puedo más que preguntarme qué fue lo que pasó en este caso.

Independientemente de la fe que tengamos, la muerte es la barrera donde nos detenemos todos. Las explicaciones que tengamos para lo que viene después forman parte de nuestras creencias y hay muchas diferentes. Yo creo que la hija descansa con Dios Amor en un lugar de luz y desde ahí llega como fuerza a quienes la quisimos, especialmente a su familia. Pero la madre se quedó en este lugar y nosotros con la tarea de consolarla. ¿Qué decir?

Paul Watzlawick dice que no se puede resolver un problema en el mismo plano en el que se causó. Igualmente, no se puede encontrar una respuesta a estas interrogantes si nos quedamos en el plano de vida en el que usualmente transitamos. La mejor prueba de que existe otro modo de ver la vida son estas ocasiones que nuestra forma usual no alcanza a abarcar. Hay más. Hay otro plano. Lo que alcanzo a comprender es que existe una explicación para esto que no puedo todavía ver, como cuando se le pone a un hijo un límite y éste se rebela porque no puede entender que es para su propio bien, para su seguridad y por amor.

Por otro lado, sucedió que durante su enfermedad, incontables personas se unieron para ayudarla y para hacer oración por ella. Se movilizaron cientos de jóvenes y sus papás para brindar una mano. En esta sociedad competitiva y dividida, eso fue un logro extraordinario. Supe de jóvenes que, sin conocerla, asistieron a la llamada para donarle sangre;  otros que renunciaron a regalos y vacaciones para hacer donativos y otros que aprendieron a trabajar y a organizar eventos por su causa. Todo su colegio, donde estudió hasta secundaria, se unió por ella y después su preparatoria se unió al esfuerzo. La fuerza de esa unión se sentirá por mucho tiempo y, en cualquier momento de lucha, recordarán el poder de lo que hicieron. Por ella, se olvidaron las fronteras que dividen a nuestra comunidad: no importaba dónde habías estudiado ni dónde vivías, lo importante era sacarla adelante. Durante su enfermedad, ese mundo fraterno donde nos preocupamos por el otro y donde trabajamos unidos pareció posible. ¿Cómo entenderlo?

No sé si es que hay una forma de ver la muerte que no he comprendido bien, o tal vez es la vida la que no estoy percibiendo correctamente. La muerte de una joven de apenas 18 años no puede ser un error o un simple descuido de la vida. A lo que este inmenso suceso me invita es a darme cuenta de que lo que yo puedo entender es muy limitado y a reconocer con humildad que mi alma necesita crecer para abarcar la realidad como es.

Si bien sigo pensando que lo que se siembra en la vida se cosecha, comprendo que necesito ampliar mi criterio e incluir a una sabiduría mayor que a veces me lleva a recoger frutos que no reconozco, pero que quizá son el alimento que justo en ese momento se necesitaba. Y hasta aquí llego.

Cartas al Espejo

cartas-al-espejo-2

¿Cómo sería entrar de pronto en la cabeza de alguien más? ¿De verdad encontraríamos lo que creemos? ¿Serán sus ideas como las imaginamos? ¿O serán sólo nuestras ideas escritas en el espejo?

Hace unas semanas tuve el gusto de ayudar a organizar una fiesta sorpresa para una muy querida amiga. Como regalo para ella, el grupo de amigas que la festejamos le escribimos cartas en las que recordamos momentos vividos juntas y aprendizajes que habíamos compartido. Tuve el encargo de recopilar las cartas y pegarlas en un cuaderno con fotos nuestras de diferentes épocas. Al principio me fue imposible evitar leer algo de las cartas al pegarlas y después tengo que confesarles que me piqué con algunas que narraban sucesos que yo también había compartido con ellas y que me encantó recordar.

En resumen, lo que leí fue un retrato de un ser humano único, lleno de talentos y dones que comparte generosamente y que ha sabido acompañar a quienes convivimos con ella con sabiduría y cariño. Lo sorprendente de este retrato es que es muy distinto a la imagen que esa persona tiene de sí misma y a lo que pensaba que era la opinión de las demás. ¡Que conocido me suena esto!

Varias veces en la semana escucho a personas quejarse de la incomprensión de los demás: de lo poco valorados que se sienten, de que no son vistos ni tomados en cuenta… Estoy segura de que si esos “los demás” estuvieran presentes diría algo parecido. Pero todos sentimos que nosotros sí valoramos al otro correctamente y sí le demostramos nuestro aprecio… Hay algo aquí que no suma.

Son innumerables los autores que actualmente hablan de este tema: los demás son espejos en los que podemos aprender a conocernos mejor. Esto funciona de dos formas: por un lado, las personas nos muestran rasgos de carácter que nos cuesta ver en nosotros mismos pero que invariablemente tenemos; por otro lado, lo que creemos que piensan o sienten es usualmente nuestro propio sentir y pensar.

Y esto es lo que yo pude ver en el regalo de las cartas. Sin darnos cuenta, ponemos en la cabeza de los demás nuestros juicios hacia nosotros mismos, nuestras inseguridades, nuestra poca aceptación y valoración de lo que somos y después pensamos que el otro es el dueño de todo eso. Entender que ese “otro” no es más que una imagen que un espejo nos refleja nos permitirá adueñarnos de de esas emociones negativas y juicios y trabajarlos.

El ejercicio de decirle a alguien lo que nos importa y lo que admiramos en él o ella es una oportunidad maravillosa para aclarar emociones malentendidas y para mejorar relaciones personales. Qué bueno será que nos ocupemos en hacer eso, eligiendo consciente y proactivamente el tipo de relación que queremos tener y el tipo de persona que queremos ser, en lugar de inventar escenarios que, como el vapor, empañan el espejo e impiden ver lo que brilla en quien se ve reflejado.

En esta semana, les deseo claridad.

 

La Frase Perfecta

la-frase-2

Voy a compartirles algo: durante muchos años había soñado con tener un estudio propio: un espacio pequeño donde vivieran mis libros, mis ideas, mis palabras, mis oraciones y este silencio que me acompaña quieto a todos lados. Ahí, podría sentarme a visitar un rato la luz y la sabiduría de los tomos que cubren las paredes y de los objetos traídos de lugares lejanos que me hablan de quienes caminan otros caminos.

Durante esos años, siempre lo visualicé con una frase perfecta escrita en un muro, algo inspirador que representara lo que hago y a lo que quisiera dedicar mi tiempo. He encontrado muchas buenas frases, incluso esa es la razón de que tenga acumuladas cientos de frases célebres que ahora comparto diariamente en mis cuentas de redes sociales (¿ya me siguen?) Sin embargo, ninguna me llenó por completo.

Quiero decirles que la vida, el destino y especialmente mi marido, han hecho posible mi sueño del estudio que ya es una realidad. Lo inesperado fue que a la semana siguiente de haber acomodado mis lápices en el escritorio, encontré la frase perfecta en el libro “Big Magic” de Elizabeth Gilbert, famosa autora del libro autobiográfico “Eat, Pray, Love”.

La autora dice textualmente (la traducción es mía):

“Lo que sé de cierto es que así es como quiero vivir mi vida– colaborando hasta el límite de mis habilidades con fuerzas inspiradoras que no puedo ver, ni probar, ni dirigir, ni entender.”

Cuando leí esa frase, resonó en mí como un eco. Durante años he intentado explicar qué es el desarrollo humano, cómo afecta el centro de lo que somos y cómo funciona esto de la aceptación incondicional y siempre me he quedado corta en mis argumentos. Por igual tiempo y con los mismos resultados he intentado explicar lo que ocurre en los grupos de crecimiento o la riqueza de la meditación e incluso la psicología transgeneracional y lo poderosos que son las creencias y los patrones de conducta en una persona y en un sistema familiar. Pero es difícil comprenderlo y difícil probarlo…

Ninguna explicación funciona hasta que de pronto vemos un cambio en nosotros o en alguien más, nos cae un veinte, logramos una mejor comprensión de quiénes somos y crecemos, somos más. Ni yo misma he logrado ver el impacto completo que ha tenido todo esto en mi o en quienes me rodean.

Hace unos días, una maravillosa mamá de un niño con autismo me comentaba que durante años estuvo intentando enseñarle a su hijo los números. Hacía ejercicios, los dibujaba, los repetía, los cantaba y todo lo que se imaginen sin resultado alguno, su hijo nunca dijo uno solo de los números. De pronto un día, estaban en una alberca y la señora le dijo a uno de sus sobrinos: “Salta a la cuenta de tres… uno…” y su hijo con autismo, entendió en ese segundo y por fin el sentido de los garabatos que su madre había estad mostrándole sin cansancio y terminó: “…dos… ¡tres!”

Así es exactamente esta vida de intentar tener inspiración y compartirla. A veces escuchamos una idea o concepto y nos parecen palabras huecas. No obstante, pasa el tiempo y de pronto algo nos conecta con esas palabras y las rellena de significado y finalmente caen. Pero no sabemos por qué fue o qué hizo que esa vez fuera diferente. Era el momento y es todo, dejar de cuestionar es otra parte del proceso. Así de misterioso me pareció que la frase perfecta llegara exactamente cuando yo estaba lista para escribirla en el muro recién pintado de mi estudio… pero no podría explicarlo.

Finalmente, desde aquí les escribo, con sabiduría flotando a mi alrededor esperando que yo pueda atrapar un poco para inspirar nuestras vidas hoy. ¿Cómo ven?

 

Mi Día de Muertos

dia-de-muertos-2

Siempre he dicho que lo malo de vivir en el norte, es que las tradiciones mexicanas nos llegan algo diluidas. Veo con fascinación como viven el Día de Muertos en Morelia, Oaxaca y otras ciudades de México como si estuviera presenciando rituales de un país lejano en el Discovery Channel. Sin embargo, no tengo la costumbre de ir al cementerio y de hecho no teníamos presente el asunto el miércoles pasado mi hijo y yo cuando fuimos a comer. Sin embargo, de regreso, lo recordamos de golpe cuando notamos un gran congestionamiento frente al panteón. Decenas de personas cruzaban la calle cargados de veladoras, canastos y, por supuesto, ramos de las tradicionales flores de cempasúchil naranjas y amarillas adornados con listones de colores.

Al acercarnos a la puerta del cementerio, nos pusimos serios, sobrecogidos por el dolor y el amor de quienes visitaban a sus seres queridos ahí descansando. Había personas mayores que caminaban lento, con bastones o sostenidos por sus familiares. Nos preguntamos si visitarían a sus padres o tal vez a sus hijos y sentimos una gran ternura al verlos acercarse despacio, como meditando los pasos. También observamos a gente joven y a niños, pero ninguno sonriendo ni jugando sino pegados a los mayores y comentamos lo triste que sería que estuvieran visitando a sus padres o hermanos.

En ese espíritu de seriedad ante la enormidad de la muerte, seguimos avanzando a vuelta de rueda entre el intenso tráfico y el gentío, deteniéndonos al sonido del silbato de un tránsito que intentaba controlar el desorden de los habitantes de esta ciudad, en la que todos estamos demasiado ocupados con lo nuestro. Un poco más adelante, vimos un grupo grande de personas amontonadas alrededor de algo. Nos preguntamos qué sería y estiramos el cuello tratando de ver lo que había detrás de las espaldas, esperando ver tal vez a alguien desmayado o quizá atropellado. Entonces, un señor corpulento y calvo se dio la vuelta y contemplamos el gozo de quien da una primera cucharada a un granielote recién preparado en un fresco día de noviembre. Asombrados y confundidos, nos miramos y sonreímos mientras el hombre saboreaba el segundo bocado de elote chorreando chile colorado.

El Día de Muertos es una fiesta llena de sabiduría y mi hijo y yo aprendimos algo ese día en el que fuimos testigos del contraste entre el dolor y la alegría, la muerte y la vida. Por supuesto que es necesario recordar a los muertos y es reconfortante visitarlos para hablar con ellos de lo que fuimos juntos y de lo que somos ahora, después de ellos; pero es también necesario recordar que aún estamos vivos y que lo que ahora nos toca, mientras aún durmamos de este lado de la cerca del panteón, es precisamente vivir, con todas sus consecuencias, aprendizajes, penas y alegrías.

Mi hijo me dijo que él no quería ser enterrado en un cementerio, que prefería que sus cenizas fueran esparcidas en sus ciudades favoritas del mundo. Yo, no sé. Tengo muy claro que no me importará, cuando haya muerto, el lugar en el que decidan acomodarme, pero me suena divertido el darle a mis seres queridos una excusa para comprar antojitos mexicanos y hacer un picnic en un lugar repleto de flores. Es una tradición que merece ser adoptada. ¿No creen?

 

El Bueno y El Malo

lo-bueno-y-lo-malo-2

Piensen en cualquier fábula o cuento de hadas. En todos ellos el tema se desarrollo alrededor de una lucha entre el bueno y el malo en cualquiera de sus variaciones. Por ejemplo, en “La tortuga y la liebre” hay una lucha entre el perseverante y el acelerado, en la “Bella durmiente” entre la princesa buena y la bruja mala, y así es en todos los cuentos. Más aún, en las parábolas y en las historias de la Biblia sucede lo mismo: el pasaje de David contra Goliat nos muestra la lucha entre la sabiduría y la fuerza bruta, la parábola del fariseo y el publicano nos enseñan al soberbio contra el humilde… la lista es interminable y en todas ellas sucede lo mismo: hay un bien y un mal en competencia.

Lo sorprendente de estas historias es lo que sucede frente a las páginas de los libros: en nosotros. La gran mayoría de las personas nos identificamos con el bueno de la historia: con el vencedor, con el listo, el bondadoso, con el príncipe o la princesa. Al leer uno de estos relatos, siempre creemos que estamos del lado del bien, incluso nos viene una ligera sensación de orgullo colectivo cuando el valiente gana la batalla, como si fuéramos nosotros los que vencieron al ogro, los buenos samaritanos o los que lograron descifrar el acertijo que deshizo el hechizo.

Lo malo de esta situación es que eso impide el aprendizaje del cuento. Si yo me siento la tortuga, no tengo nada que aprender. Si yo me identifico con el buen samaritano, o con la honorable doncella, entonces los demás son los que tienen que cambiar… o desintegrarse. Y a eso le llamo una gran oportunidad de crecimiento desperdiciada.

La realidad que necesitamos observar es que el bien y el mal viven en cada uno de nosotros. Si, en todos. Además hay algo más importante aún que hay que entender: estamos bien así como somos. Ese “malo” que tenemos dentro nos ha ayudado muchas veces en la vida: cuando hemos necesitado ser fuertes o cuando hemos tenido que sobrellevar alguna dificultad o defendernos de algún “villano” de carne y hueso.

La dificultad de aceptarnos como somos nace de nuestra necesidad humana básica de ser aceptados. Carl Jung, entre otros famosos psicólogos, nos ha introducido al fenómeno de “la sombra”, la parte de nosotros mismos que no queremos ver ni aceptar por miedo a ser rechazados. Desde muy temprana edad, aprendimos que, para ser queridos por nuestros padres y demás cuidadores, teníamos que comportarnos de cierta manera. Eso nos hizo rechazar algunas conductas que para ellos eran negativas y relegarlas al último rincón de nuestro subconsciente, donde creemos que no vamos a encontrarlas. Y digo “para ellos” porque los comportamientos no aceptables varían de familia en familia. Para una puede ser la deshonestidad y para otra el ser directo al hablar.

Lo malo, por supuesto, es que no podemos evitar ser lo que somos y de vez en cuando queremos ser agresivos para defendernos de un bully o queremos ser egoístas y comernos en último chocolate de la bolsa. Entonces sacamos nuestra peor parte y nos sentimos culpables y nos rechazamos a nosotros mismos como pensamos que lo harían los demás. Esto genera por ejemplo, relaciones de abuso en las que una persona regresa con su agresor porque se siente culpable de que éste sufra por su partida o relaciones en las que no se ponen límites sanos por sentimientos de culpa al reconocer las necesidades personales.

Aceptarnos como somos, con el “bueno” y el “malo” que nos habitan, nos dará un mayor repertorio de conductas adecuadas para poder elegir. Además, nos permitirá mejorar o cambiar lo que queramos ya que podremos aprender de las lecciones de la vida y de las fábulas o historias al reconocer nuestras debilidades de carácter.

Si logramos tomar todo lo que somos, podremos utilizar toda nuestra fuerza para nuestro bien y el de los demás. Seremos más auténticos y más respetuosos y, lo más importante, podremos aceptar a los demás también en su totalidad y sin juicios, lo cual les dará una libertad maravillosa de ser lo que son en plenitud y confianza.

Seguramente la perseverante tortuga nos deja una lección importante en la famosa fábula de Esopo, pero es indiscutible que hay veces en que la velocidad y la agilidad de la liebre son requeridas y más adecuadas a una tarea. Esta semana, los invito a pensar en la dualidad que compartimos y en cómo nos enriquece.

 

Navegar en el Río de la Vida

Rio de la vida

Imagina que estás parado en la cima de un valle. A tus pies, se extienden suaves lomas verdes llenas de árboles y pinos. Entre ellas, abajo, fluye un río ancho de agua cristalina. En algunas partes, la corriente aumenta y el agua ruge y salpica, golpeando las rocas con furia. En otras secciones, el río parece descansar en su cauce y se mueve lento, reflejando en su espejo al bosque que lo acompaña en su camino hacia el mar.

Con curiosidad observas que hay mucha gente flotando en el río. Algunos llevan salvavidas y algunos, más osados, no; pero todos flotan río abajo y cada uno por su cuenta. El agua se te antoja fresca y el sol cae pesado sobre tu espalda de modo que quieres entrar a nadar, pero aún decides contemplar otro rato a las personas que van pasando.

Observas a un hombre delgado que es rozado por una rama y de pronto se asusta. Velozmente, toma el brazo de una mujer que va pasando a su lado en ese momento y ésta, reacciona con enojo porque piensa que la quiere hundir en el agua. No se da cuenta de que él sólo tenía miedo. Más adelante, un joven empuja a una señora mayor para que la rama no la golpee. La anciana no ve la rama y se queda maldiciendo a quien la ayudó por varios kilómetros de río.

Aferrado a un roca, observas a un hombre que lucha contra la feroz corriente que hay en esa parte del río. Su cuerpo flota empujado por la torrente espumosa del agua y hasta ha perdido los zapatos pero, ni el agua que le da en la cara y que casi lo ahoga por momentos, lo hace decidirse a soltarse. Y se queda ahí sufriendo para siempre, sin saber que a pocos metros de distancia, el agua se aquieta de nuevo.

De vez en cuando, pasan personas que tienen algo en las manos, a veces un objeto o incluso a otra persona. El curso del agua los conduce con certeza a remolinos que hacen que se golpeen con aquello que cuidan. Aún así, hay quienes maltrechos y heridos, siguen río abajo sin soltarlo.

Pero también observas que hay personas, jóvenes, niños, viejos, de todas edades, que se deciden a fluir con el agua y se hacen uno con el río. En los remansos, disfrutan la vista y conversan entre ellos; más cuando la corriente toma velocidad, sus sentidos se alertan y observan, pero se dejan guiar por la sabiduría de las aguas. Pasan junto a los escollos sin luchar contra ellos, sólo conscientes de que ahí están por un tiempo y después, estarán detrás, donde ya no pueden nunca hacerles daño, y los olvidan. Con asombro contemplas que, algunos de ellos, incluso pasan por todo sin perder la serenidad, confiando en el conjunto de fuerzas que forman su realidad.

Al final, sientes la llamada del río y decides entrar. ¿Cómo quieres que sea tu viaje? El primer contacto con el agua te produce un escalofrío de emoción. Esperas y miras la superficie plateada, siempre en movimiento, alrededor de ti. Te asombra el misterio de lo que viene detrás del horizonte que limita tu vista y que sólo te permite ver este trecho del río. Cierras los ojos por un segundo y luego, saltas al cauce de aguas profundas. Sonríes y confías. Todo estará bien.