La Vida Como Aprendizaje

El siguiente texto no es mío, desafortunadamente, pero me gustó tanto que quise compartirlo en esta página. Borja Vilaseca es un escritor y conferencista español experto en desarrollo personal y liderazgo. Léanlo despacio…

“La vida es un proceso pedagógico cuya principal finalidad es crecer, madurar y evolucionar como seres humanos, aprendiendo a ser felices por nosotros mismos, de manera que sepamos cómo amar a los demás y a la vida tal como son.”

No hemos venido a este mundo a ganar dinero. Ni tampoco a proyectar una imagen del agrado de los demás, logrando éxito, estatus, respetabilidad y reconocimiento. Nuestra existencia como seres humanos tampoco está orientada a comprar, poseer y acumular cosas que no necesitamos. Ni mucho menos a evadirnos constantemente de nosotros mismos por medio del entretenimiento. De hecho, no estamos aquí -solamente- para sobrevivir física, emocional y económicamente.

Y entonces, ¿hay algún propósito más trascendente? ¿Para qué vivimos? Aunque cada uno está llamado a encontrar su propia respuesta, los sabios de todos los tiempos nos han invitado- una y otra vez- a ver la vida como “un continuo proceso de aprendizaje”. Si bien el resto de los mamíferos nacen como lo que son, nosotros nacemos todavía por hacer. Ser humanos es una potencialidad. De ahí que en un principio no vivamos de forma responsable, libre, madura y consciente. Todas estas cualidades y capacidades están latentes en nuestro interior. Y así siguen hasta que las desarrollamos a través de la comprensión y el entrenamiento.

No en vano, adoptar una postura victimista frente a nuestras circunstancias nos impide aprender y desplegar todo nuestro potencial. Sólo en la medida que padecemos la crisis de los cuarenta- orientando nuestra existencia a la transformación-, empezamos a cuestionar nuestro sistema de creencias, modificando- a su vez- nuestra escala de valores, prioridades y aspiraciones. Es entonces cuando decidimos que lo más importante es “aprender a ser felices por nosotros mismos”. Es decir, a sentirnos realmente a gusto sin necesidad de ninguna persona, estímulo, cosa o circunstancia externa. Más que nada porque ¿de qué nos sirve llevar una vida de éxito y de abundancia material si nos sentimos vacíos e insatisfechos por dentro?

En general, solemos confundir la felicidad con el placer y la satisfacción que nos proporciona el consumo de bienes materiales. Y también con la euforia de conseguir lo que deseamos. Sin embargo, la verdadera felicidad no está relacionada con lo que hacemos ni con lo que poseemos. Aunque no es posible describirla con palabras, podría definirse como la ausencia de lucha, conflicto y sufrimiento internos. Por eso se dice que somos felices cuando nos aceptamos tal como somos y- desde un punto de vista emocional- sentimos que no nos falta nada.

Y es que la felicidad no tiene ninguna causa externa: es nuestra verdadera naturaleza. Igual que no tenemos que hacer nada para ver- la vista surge como consecuencia natural de abrir los ojos-, tampoco tenemos que hacer nada para ser felices. Tanto la vista como la felicidad vienen de serie: son propiedades naturales e inherentes a nuestra condición humana. Así, nuestro esfuerzo consciente debe centrarse en eliminar todas las obstrucciones que nublan y distorsionan nuestra manera de pensar y de comportarnos, como el victimismo, la inseguridad, la impaciencia, el aburrimiento o el apego.

Cultivar la Paz Interior

Más allá de aprender a ser felices por nosotros mismos, hemos venido al mundo a aprender a “sentir una paz invulnerable”. Y para lograrla, hemos de trascender nuestro instinto de supervivencia emocional, que nos lleva a reaccionar mecánica e impulsivamente cada vez que la realidad no se adapta a nuestros deseos, necesidades y expectativas. Como descubrió el psicoterapeuta Víctor Frankl, “entre cualquier estimulo externo y nuestra consiguiente reacción, existe un espacio en el que tenemos la posibilidad de dar una respuesta más constructiva”. Esta es la esencia de la proactividad.

Eso sí, para poder ser proactivos hemos de vivir conscientemente. Es decir, dándonos cuenta en todo momento y frente a cualquier situación de que no son las situaciones sino nuestros pensamientos, los que determinan nuestro estado emocional. Al tener presente esta verdad fundamental, podemos entrenar el músculo de la aceptación en todas nuestras interacciones cotidianas. Sobre todo, porque no hay mejor maestro que la vida ni mayor escuela de aprendizaje que nuestras propias circunstancias.

El reto consiste en aprender a aceptar a los demás tal como son y fluir con las cosas tal como vienen. Y aceptar no quiere decir resignarse. Tampoco significa reprimir o ser indiferente. Ni siquiera es sinónimo de tolerar o estar de acuerdo. Y está muy lejos de ser un acto de debilidad, pasotismo, dejadez o inmovilidad. Más bien se trata de todo lo contrario. La auténtica aceptación nace de una profunda comprensión, e implica dejar de reaccionar impulsivamente para empezar a dar la respuesta más eficiente en cada situación. Así es como podemos cultivar y preservar nuestra paz interior. Tal como dijo el sabio Gerardo Schmedling, “aquello que no somos capaces de aceptar es la única causa de nuestro sufrimiento”.

En la medida que aprendemos a ser felices por nosotros mismos- dejando de sufrir- y a sentir una paz invulnerable- dejando de reaccionar-, también aprendemos a “amarnos a nosotros mismos y a los demás”. Y al hablar de amor no nos referimos al sentimiento, sino al comportamiento. De ahí que amar sea sinónimo de comprender, empatizar, aceptar, respetar, agradecer, valorar, perdonar, escuchar, atender, ofrecer, servir y, en definitiva, de aprovechar cada circunstancia de la vida para dar lo mejor de nosotros mismos.

Como dijo el sabio Anthony de Mello, “el amor beneficia en primer lugar al que ama y no tanto al que es amado”. De ahí que limitar nuestra capacidad de amar nos perjudica- principalmente- a nosotros mismos. Además, cuanto más entrenamos los músculos de la responsabilidad (como motor de nuestra felicidad), la aceptación (como motor de nuestra paz interior) y el servicio (como motor de nuestro amor), más abundante y próspera se vuelve nuestra red de relaciones y vínculos afectivos.

Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿somos verdaderamente felices? ¿O más bien solemos sufrir? ¿Sentimos una paz invulnerable? ¿O más bien solemos reaccionar? ¿Nos amamos a nosotros mimos y, en consecuencia, a los demás? ¿O más bien seguimos luchando y creando conflictos? ¿Estamos dando lo mejor de nosotros mismos? ¿O más bien seguimos limitando nuestra capacidad de amar y de servir, esperando que sean los demás quienes se adapten a nuestros deseos y expectativas? Sean cuales sean las respuestas, cabe recordar que el aprendizaje es el camino y la meta de nuestra existencia. Así, el hecho de que estemos vivos implica que, seguramente, todavía tenemos mucho por aprender.

Este texto es un extracto del libro “El sentido común”, publicado por Borja Vilaseca en octubre del 2011 aquí está este y otros títulos del autor que te interesarán. .

                                                                                           

5 Cosas que debes tirar en enero

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Para renovarse, no es necesario hacer una gran transformación el primer día del año, basta con hacer cambios pequeños, pero regularmente. Hoy no te propongo hacer la gran limpieza anual sino solamente desechar de tu casa y de tu vida estas cinco cosas y así empezar a ser más consciente de lo que te rodea y de lo que puedes cambiar si lo decides.

1. Algo que no te queda

Imagínate que viene a visitarte una tía lejana y todo el día no hace más que reprocharte tus errores y compararte con personas que cree que son mejores que tú. ¿Cuánto tiempo la tolerarías? La ropa no te queda pero que sigues viendo cada día es semejante a esa tía: te hace sentirte mal sobre quién eres y te impide ver todo lo bueno que sí has logrado. Deshazte lo más pronto que puedas de esa molesta visita en tu casa y empieza hoy regalando una prenda de ropa que seguramente hará feliz a alguien más.

Pero la ropa es sólo un ejemplo. Revisa tus relaciones o amistades y observa quiénes te hacen sentir mal sobre ti mismo o quiénes te recuerdan constantemente a la persona que fuiste pero que ya dejaste atrás al crecer. Ellas pueden ser dignas de tu cariño, pero este es un buen momento para darles las gracias por lo que te enseñaron y dejarlas partir.

2. Algo que no te gusta

Conozco a una persona que vive rodeada de cosas extrañas que la han regalado. La primera vez que le dieron por obsequio un adorno muy estrafalario, lo agradeció inmensamente y lo puso en el centro de su sala para no ofender a los que se lo dieron. Los demás, interpretando que ese era su gusto, siguieron el ejemplo y cada año se esfuerzan por encontrar un objeto aún más raro que los anteriores. Ninguno le gusta, pero no sabe qué hacer.

Es necesario tomar posesión del lugar que habitas. Sea una habitación o una mansión, reconoce que es tuya y toma el control. No hay nada como vivir rodeado de objetos agradables a tus sentidos, el valor monetario que tengan será siempre lo de menos. Antes de que termine el mes, regala al menos un objeto de tu casa que preferirías no ver cada día. Lo que tu deseches puede ser el objeto favorito de alguien más.

3. Algo que no te cabe

¿No cierran tus cajones? ¿No puedes mover los ganchos del clóset porque no hay espacio? Te tengo una noticia: tienes más de lo que necesitas. Según los profesionales del guardarropa, una persona necesita solamente diez piezas de cada cosa en un año. Esto es, diez pantalones son el máximo que debes tener e igual número de faldas, vestidos o zapatos. Si, también zapatos. Hoy, elige algo que no has usado en el último año de cada cajón de tu casa y siente la nueva ligereza que adquiere tu vida.

Este punto también se aplica a la agenda diaria. Si no tienes tiempo para hacer lo que te gusta o quieres o si no puedes cumplir con los compromisos que ya tienes, no debes seguir agregando nuevos. Toma una hoja y elige un tiempo de cada día para lo que quieres hacer en forma personal como ejercicio, meditación o lectura. Después, separa un espacio de cada día para dedicarlo a los miembros de tu familia. En seguida, marca un tiempo para lo que necesitas hacer como trabajo o compras. Lo que te quede será el espacio para las actividades extra que decidas. Asegúrate de invertir tu día y tu vida en lo que quieres y te gusta hacer y desecha hoy una actividad que realizas por motivos que ya no te llenan.

 4. Algo que te duele

Una vez compré unos zapatos plateados que amé a primera vista. Eran delicados y elegantes y usarlos me hacía sentir como una princesa… por los primeros diez minutos. El resto del día esperaba el momento de podermelos quitar. Reconocer que había cometido un error al comprarlos me costó, pero las ampollas no me dejaban escapar de la verdad.

Como esos zapatos, hay cosas, actividades, relaciones o asuntos pendientes que nos causan dolor, aunque en algún momento pensamos que eran perfectos para nosotros. Aunque probablemente nos hayan dejado una gran lección, no nos hace bien guardarlos para siempre. Analiza hoy tus emociones y si notas algo que te cause dolor, reconócelo y decídete a dejarlo atrás. Si necesitas ayuda para hacerlo, siempre podrás encontrarla, por ejemplo, en las personas entrevistadas para este blog.

 5. Algo que no funciona

Hay cosas que no se pueden reparar. Desde la secadora de pelo que te costará más arreglar que lo que cuesta una nueva hasta ese proyecto que tienes años intentando sin resultados. Dedicarte a cosas que no funcionan te impide hacer otras que no has intentado pero que podrían resultar más beneficiosas para ti.

Este mes, haz un inventario de cosas que no funcionan en tu vida y elige deshacerte de una. El espacio mental que esto te brindará será alimento para tu creatividad y tu energía positiva.

Con esta tarea los dejo, son solamente cinco pequeños pero profundos cambios que les brindarán más libertad y más optimismo para empezar el año. ¿Qué tal si me cuentan cómo les fue?

Tras el Incendio

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El incendio inició a las tres de la mañana. La mamá, enfermiza y débil, notó algo raro y se levantó, sin darse cuenta de lo extraordinario que fue que notara algo raro a las tres de la mañana. Cuando se percataron de lo que sucedía, las llamas llegaban al techo del recibidor y estaban ocupadas consumiendo unas cajas con recuerdos de viajes que casualmente tenían provisionalmente junto al enchufe que hizo el corto. Eso evitó que el incendio avanzara más rápido y bloqueara la única ruta de escape de la casa completamente enrejada.

No hubo heridos, los daños fueron mínimos y sólo la mancha del hollín queda como recuerdo de la sombra negra que cubrió la casa por dentro, como el mal que pudo ser. En medio del caos y del miedo, surgen muchas preguntas:  ¿Te das cuenta de que nos pudimos haber muerto? ¿Te imaginas lo que hubiera pasado?.. Después, hay un tiempo para evaluar los daños: lo que se perdió, lo que ya no funciona, lo que pensé que conservaría para siempre, lo que no sé para qué guardaba… Finalmente, llega el momento de reflexionar.

Quienes creemos que hay un motivo para todo lo que sucede, investigamos el mensaje oculto en los hechos. ¿Cuál es la lección que hay que aprender aquí?

La primera que me viene a la mente es la figura de esa madre que todos consideraban enferma y débil, pero que resultó ser la salvadora de todos. Como si hubiera dado a luz otra vez, los regresó a la vida y de nuevo impulsada por fuerzas que estaban más allá de ella, fuertes e inevitables como la vida misma. La mujer, fuerte en su debilidad, ocupó su lugar y no hay más que dárselo y reconocer que le pertenece. De nuevo, nadie viviría si no es por ella.

La segunda lección para mi es que podemos vivir desechando el 99% de las cosas sin las que creemos que no podríamos vivir. Al final de un incendio, las personas se dan cuenta de que muchas de las cosas que se perdieron no eran necesarias, sólo estaban acostumbradas a ocupar el espacio que tenían. Al contrario, a las llamadas de auxilio acuden los que importan y hay un momento en el que todos los malentendidos se olvidan y las antiguas diferencias se ponen a un lado para poder ayudar y decir “cuenta conmigo”. Entonces podemos darnos cuenta de que las ganancias fueron realmente más que las pérdidas.

Hay aún una lección más que se dio por casualidad: entre el fuego y el agua, un teléfono celular dejó de funcionar. Como se ha convertido en nuestra única forma de vínculo, esta persona se aisló involuntariamente de todos sus contactos y vivió los siguientes días sólo acompañada por su familia y sus pensamientos. Ahí, en ese regalo que le trajo el incendio, se dio la transformación. En ese silencio acompañado y sereno fue donde esa ave fénix pudo tomar fuerzas para renacer de entre las cenizas a un mundo lleno de nuevas posibilidades.

Demos gracias al incendio por todas sus bendiciones.

Cartas al Espejo

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¿Cómo sería entrar de pronto en la cabeza de alguien más? ¿De verdad encontraríamos lo que creemos? ¿Serán sus ideas como las imaginamos? ¿O serán sólo nuestras ideas escritas en el espejo?

Hace unas semanas tuve el gusto de ayudar a organizar una fiesta sorpresa para una muy querida amiga. Como regalo para ella, el grupo de amigas que la festejamos le escribimos cartas en las que recordamos momentos vividos juntas y aprendizajes que habíamos compartido. Tuve el encargo de recopilar las cartas y pegarlas en un cuaderno con fotos nuestras de diferentes épocas. Al principio me fue imposible evitar leer algo de las cartas al pegarlas y después tengo que confesarles que me piqué con algunas que narraban sucesos que yo también había compartido con ellas y que me encantó recordar.

En resumen, lo que leí fue un retrato de un ser humano único, lleno de talentos y dones que comparte generosamente y que ha sabido acompañar a quienes convivimos con ella con sabiduría y cariño. Lo sorprendente de este retrato es que es muy distinto a la imagen que esa persona tiene de sí misma y a lo que pensaba que era la opinión de las demás. ¡Que conocido me suena esto!

Varias veces en la semana escucho a personas quejarse de la incomprensión de los demás: de lo poco valorados que se sienten, de que no son vistos ni tomados en cuenta… Estoy segura de que si esos “los demás” estuvieran presentes diría algo parecido. Pero todos sentimos que nosotros sí valoramos al otro correctamente y sí le demostramos nuestro aprecio… Hay algo aquí que no suma.

Son innumerables los autores que actualmente hablan de este tema: los demás son espejos en los que podemos aprender a conocernos mejor. Esto funciona de dos formas: por un lado, las personas nos muestran rasgos de carácter que nos cuesta ver en nosotros mismos pero que invariablemente tenemos; por otro lado, lo que creemos que piensan o sienten es usualmente nuestro propio sentir y pensar.

Y esto es lo que yo pude ver en el regalo de las cartas. Sin darnos cuenta, ponemos en la cabeza de los demás nuestros juicios hacia nosotros mismos, nuestras inseguridades, nuestra poca aceptación y valoración de lo que somos y después pensamos que el otro es el dueño de todo eso. Entender que ese “otro” no es más que una imagen que un espejo nos refleja nos permitirá adueñarnos de de esas emociones negativas y juicios y trabajarlos.

El ejercicio de decirle a alguien lo que nos importa y lo que admiramos en él o ella es una oportunidad maravillosa para aclarar emociones malentendidas y para mejorar relaciones personales. Qué bueno será que nos ocupemos en hacer eso, eligiendo consciente y proactivamente el tipo de relación que queremos tener y el tipo de persona que queremos ser, en lugar de inventar escenarios que, como el vapor, empañan el espejo e impiden ver lo que brilla en quien se ve reflejado.

En esta semana, les deseo claridad.

 

El Bueno y El Malo

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Piensen en cualquier fábula o cuento de hadas. En todos ellos el tema se desarrollo alrededor de una lucha entre el bueno y el malo en cualquiera de sus variaciones. Por ejemplo, en “La tortuga y la liebre” hay una lucha entre el perseverante y el acelerado, en la “Bella durmiente” entre la princesa buena y la bruja mala, y así es en todos los cuentos. Más aún, en las parábolas y en las historias de la Biblia sucede lo mismo: el pasaje de David contra Goliat nos muestra la lucha entre la sabiduría y la fuerza bruta, la parábola del fariseo y el publicano nos enseñan al soberbio contra el humilde… la lista es interminable y en todas ellas sucede lo mismo: hay un bien y un mal en competencia.

Lo sorprendente de estas historias es lo que sucede frente a las páginas de los libros: en nosotros. La gran mayoría de las personas nos identificamos con el bueno de la historia: con el vencedor, con el listo, el bondadoso, con el príncipe o la princesa. Al leer uno de estos relatos, siempre creemos que estamos del lado del bien, incluso nos viene una ligera sensación de orgullo colectivo cuando el valiente gana la batalla, como si fuéramos nosotros los que vencieron al ogro, los buenos samaritanos o los que lograron descifrar el acertijo que deshizo el hechizo.

Lo malo de esta situación es que eso impide el aprendizaje del cuento. Si yo me siento la tortuga, no tengo nada que aprender. Si yo me identifico con el buen samaritano, o con la honorable doncella, entonces los demás son los que tienen que cambiar… o desintegrarse. Y a eso le llamo una gran oportunidad de crecimiento desperdiciada.

La realidad que necesitamos observar es que el bien y el mal viven en cada uno de nosotros. Si, en todos. Además hay algo más importante aún que hay que entender: estamos bien así como somos. Ese “malo” que tenemos dentro nos ha ayudado muchas veces en la vida: cuando hemos necesitado ser fuertes o cuando hemos tenido que sobrellevar alguna dificultad o defendernos de algún “villano” de carne y hueso.

La dificultad de aceptarnos como somos nace de nuestra necesidad humana básica de ser aceptados. Carl Jung, entre otros famosos psicólogos, nos ha introducido al fenómeno de “la sombra”, la parte de nosotros mismos que no queremos ver ni aceptar por miedo a ser rechazados. Desde muy temprana edad, aprendimos que, para ser queridos por nuestros padres y demás cuidadores, teníamos que comportarnos de cierta manera. Eso nos hizo rechazar algunas conductas que para ellos eran negativas y relegarlas al último rincón de nuestro subconsciente, donde creemos que no vamos a encontrarlas. Y digo “para ellos” porque los comportamientos no aceptables varían de familia en familia. Para una puede ser la deshonestidad y para otra el ser directo al hablar.

Lo malo, por supuesto, es que no podemos evitar ser lo que somos y de vez en cuando queremos ser agresivos para defendernos de un bully o queremos ser egoístas y comernos en último chocolate de la bolsa. Entonces sacamos nuestra peor parte y nos sentimos culpables y nos rechazamos a nosotros mismos como pensamos que lo harían los demás. Esto genera por ejemplo, relaciones de abuso en las que una persona regresa con su agresor porque se siente culpable de que éste sufra por su partida o relaciones en las que no se ponen límites sanos por sentimientos de culpa al reconocer las necesidades personales.

Aceptarnos como somos, con el “bueno” y el “malo” que nos habitan, nos dará un mayor repertorio de conductas adecuadas para poder elegir. Además, nos permitirá mejorar o cambiar lo que queramos ya que podremos aprender de las lecciones de la vida y de las fábulas o historias al reconocer nuestras debilidades de carácter.

Si logramos tomar todo lo que somos, podremos utilizar toda nuestra fuerza para nuestro bien y el de los demás. Seremos más auténticos y más respetuosos y, lo más importante, podremos aceptar a los demás también en su totalidad y sin juicios, lo cual les dará una libertad maravillosa de ser lo que son en plenitud y confianza.

Seguramente la perseverante tortuga nos deja una lección importante en la famosa fábula de Esopo, pero es indiscutible que hay veces en que la velocidad y la agilidad de la liebre son requeridas y más adecuadas a una tarea. Esta semana, los invito a pensar en la dualidad que compartimos y en cómo nos enriquece.

 

Cuando las Cabezas de las Mujeres se Juntan Alrededor del Fuego

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Quiero compartirles en el blog de esta semana, un poema de la uruguaya Simone Seija Paseyro. La primera vez que lo escuché, fue recitado por una alumna valiente y fuerte que había aprendido el poder de ser mujer. Siempre he dicho que la paradoja de ser maestra es que quien más aprende soy yo.

A ella, a mi sobrina nieta que está estrenando vida y a todas las maravillosas mujeres que comparten mi camino va dedicado este texto:

 

Cuando las Cabezas de las Mujeres se juntan Alrededor del Fuego
Alguien me dijo que no es casual… que desde siempre las elegimos. Que las encontramos en el camino de la vida, nos reconocemos y sabemos que en algún lugar de la historia de los mundos fuimos del mismo clan. Pasan las décadas y al volver a recorrer los ríos esos cauces, tengo muy presentes las cualidades que las trajeron a mi tierra personal.
Valientes, reidoras y con labia. Capaces de pasar horas enteras escuchando, muriéndose de risa, consolando. Arquitectas de sueños, hacedoras de planes, ingenieras de la cocina, cantautoras de canciones de cuna.
Cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor de “un fuego”, nacen fuerzas, crecen magias, arden brasas, que gozan, festejan, curan, recomponen, inventan, crean, unen, desunen, entierran, dan vida, rezongan, se conduelen.
Ese fuego puede ser la mesa de un bar, las idas para afuera en vacaciones, el patio de un colegio, el galpón donde jugábamos en la infancia, el living de una casa, el corredor de una facultad, un mate en el parque, la señal de alarma de que alguna nos necesita o ese tesoro incalculable que son las quedadas a dormir en la casa de las otras.
Las de adolescentes después de un baile, o para preparar un examen, o para cerrar una noche de cine. Las de “venite el sábado” porque no hay nada mejor que hacer en el mundo que escuchar música, y hablar, hablar y hablar hasta cansarse. Las de adultas, a veces para asilar en nuestras almas a una con desesperanza en los ojos, y entonces nos desdoblamos en abrazos, en mimos, en palabras, para recordarle que siempre hay un mañana. A veces para compartir, departir, construir, sin excusas, solo por las meras ganas.
El futuro en un tiempo no existía. Cualquiera mayor de 25 era de una vejez no imaginada…y sin embargo…detrás de cada una de nosotras, nuestros ojos.
Cambiamos. Crecimos. Nos dolimos. Parimos hijos. Enterramos muertos. Amamos. Fuimos y somos amadas. Dejamos y nos dejaron. Nos enojamos para toda la vida, para descubrir que toda la vida es mucho y no valía la pena. Cuidamos y en el mejor de los casos nos dejamos cuidar. Nos casamos, nos juntamos, nos divorciamos. O no.
Creímos morirnos muchas veces, y encontramos en algún lugar la fuerza de seguir. Bailamos con un hombre, pero la danza más lograda la hicimos para nuestros hijos al enseñarles a caminar.
Pasamos noches en blanco, noches en negro, noches en rojo, noches de luz y de sombras. Noches de miles de estrellas y noches desangeladas. Hicimos el amor, y cuando correspondió, también la guerra. Nos entregamos. Nos protegimos. Fuimos heridas e inevitablemente, herimos.
Entonces…los cuerpos dieron cuenta de esas lides, pero todas mantuvimos intacta la mirada. La que nos define, la que nos hace saber que ahí estamos, que seguimos estando y nunca dejamos de estar.
Porque juntas construimos nuestros propios cimientos, en tiempos donde nuestro edificio recién se empezaba a erigir.
Somos más sabias, más hermosas, más completas, más plenas, más dulces, más risueñas y por suerte, de alguna manera, más salvajes.
Y en aquel tiempo también lo éramos, sólo que no lo sabíamos. Hoy somos todas espejos de las unas, y al vernos reflejadas en esta danza cotidiana, me emociono.
Porque cuando las cabezas de las mujeres se juntan alrededor “del fuego” que deciden avivar con su presencia, hay fiesta, hay aquelarre, misterio, tormenta, centellas y armonía. Como siempre. Como nunca. Como toda la vida.
Para todas las brasas de mi vida, las que arden desde hace tanto, y las que recién se suman al fogón.

Cómo Has Crecido

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Cuando éramos chicos, lo escuchábamos con mucha frecuencia: “¡Cómo has crecido!”. La frase, siempre entre exclamaciones, nos hacía sonreír y darnos cuenta de nuestros pantalones brincacharcos  o de nuestros brazos largos en las mangas que tratábamos de estirar. Durante algunos años de nuestra vida, esa frase era el saludo más común de nuestras tías o de los amigos de nuestros padres: “¡Cómo has crecido!”

Por razones obvias, después de un tiempo y al llegar nuestra adultez joven, dejamos de escuchar esa frase y poco a poco se volvió ajena a nuestros oídos. Sin embargo, los seres humanos nunca dejamos de crecer. Las experiencias que vivimos, lo que aprendemos, las personas con las que nos relacionamos, todo nos deja una ligera capa de aprendizaje que se va acumulando y eso nos hace ser mayores.

Creo que esto es claro para la mayoría de nosotros, lo malo es que ahora la gente no nos dice “¡Cómo has crecido!” con tono feliz, sino que nos dicen “Cómo has cambiado” y el tono a veces tiene implicaciones de resentimiento, de acusación, de envidia o de desilusión que no suenan tan bien a nuestros oídos. La realidad es, no obstante, la misma: las ideas nos quedaron brincacharcos y tuvimos que estirar algunas creencias.

No nos hemos dado cuenta que cambiar es también crecer. La razón de esa resistencia es que para muchos de nosotros, el cambio trae consigo miedo. Nos da miedo cambiar y desacomodar nuestras relaciones con familia, pareja, amigos o tradiciones. Nos da temor cambiar y después no poder controlar ese cambio. O tal vez pensamos equivocadamente que cambiar es traicionar nuestros ideales.

Acerca de eso, Paul Watzlawick en su libro Cambio así como otros estudiosos del tema,  aseguran que es el dolor lo que provoca que una persona se movilice hacia un cambio, pero el miedo a veces impide ese movimiento. Es como  quienes tienen una enfermedad seria o crónica y no buscan más que una opción de tratamiento, sin atreverse a analizar otras opiniones aún cuando esa solución no esté dándoles los resultados que quieren. El temor de desafiar sus creencias puede estar impidiéndole sanar o al menos mejorar su calidad de vida.

Atreverse a hacer algo diferente no es una solución mágica, pero lo que si les puedo asegurar es que el la única manera de acercarse a ella. Intentar por fin una acción distinta, es un salto cuántico maravilloso que despierta muchas capacidades dormidas en nosotros. Además, cuestionar nuestras ideas nos permite reconocerlas, comprenderlas y conocernos mejor a nosotros mismos y eso será lo que nos permita abrazarlas nuevamente si así lo decidimos, pero con madurez y responsabilidad.

Mi conclusión es esta: ¡Adelante con los cambios! Adelante con el crecimiento. Adelante con ver las cosas de otra manera, con desechar creencias que no te sirven para ser feliz o para ser una persona mejor y más humana y compasiva. Adelante con desempolvar el intelecto, con desempolvar la fe, con desempolvar creencias limitantes de ti, de tu Dios, de tus capacidades y de las de los que te rodean. ¡Busca el crecimiento! Lee, toma cursos, platica con personas diferentes a ti, conoce lugares diferentes o inventa tu manera.

El frondoso canelo floreado que se mueve con el viento detrás de mi ventana me enseña que una semilla que no cambia, le quita al mundo un regalo lleno de belleza. Adelante sin miedo, en ti está una semilla plena de posibilidades.

Escucha Espacial

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No conozco mucho sobre el espacio, es más, diría que conozco muy poco sobre él. Sin embargo, yo pienso igual que los filósofos que afirman que el universo entero está contenido en cada hombre y mujer y para comprender el funcionamiento total del cosmos, sólo hay que comprender a los seres humanos y su comportamiento… Sólo… en fin.

Hoy quiero invitarlos a hacer una comparación de este tipo que tal vez nos ayude a comprendernos mejor: la de observar las similitudes entre el oído humano y los agujeros negros.

Los agujeros negros u “hoyos negros” que existen en el espacio de acuerdo a las investigaciones de científicos tan reconocidos como Einstein o el ahora, gracias a Hollywood famoso Steven Hawking, son objetos de una masa inmensa pero contenida en un lugar muy pequeño. Como si metiéramos el sol dentro de una pelota de soccer. Por esa relación entre masa y gravedad, tienen una fuerza de gravitacional extrema, tanta que nada puede escapar de ellos una vez que entra, ni siquiera la luz.

Observemos ahora el oído del hombre: ¡cuántas cosas caben en él! Ya lo decía Felipito, maravilloso personaje de las historietas de Mafalda: traer los oídos siempre puestos tiene algunas desventajas, como estar expuesto a escuchar comentarios de todo tipo. Así, a nuestro oído entran mentiras, verdades, chismes, chistes o simple ruido y éste absorbe los sonidos como si tuviera gravedad y nunca vuelven a salir. Lo que ya una vez escuchaste, no puedes desoírlo jamás. Me consta, yo tengo adentro la música de reggaetón contra todos mis deseos.

Hay otra característica de los “hoyos negros” que es interesante: de acuerdo a las últimas investigaciones realizadas en la Universidad de Princeton, éstos absorben partículas con carga similar a la que tienen. Así, un agujero formado por elementos con carga positiva, tenderá a absorber sólo los de carga semejante y aquellos que tienen elementos de carga negativa, solamente dejarán pasar electrones negativos. ¿Les suena conocido esto?

¿Les ha pasado que están con otra persona escuchando a una tercera y las dos oyen algo diferente? La realidad es que escuchamos lo que nos conviene o lo que más se parece a lo que pensamos que vamos a oír. Si tenemos una opinión o creencia, escucharemos solamente aquello que la confirme y si a nuestro lado hay alguien con una creencia contraria, mágicamente escuchará también lo que confirme la suya. Sin darnos cuenta, nuestro oído elegirá aquello que va consigo y desechará el resto, lo que nos hace inevitablemente parciales.

Hay algo más en los descubrimientos recientes sobre los misteriosos agujeros espaciales que me ha llamado la atención y es que están sujetos al principio de la entropía que dice que todo lo que existe tiende a terminar tarde o temprano. La buena noticia de esto es que todo lo que estaba atrapado dentro, algún día podrá salir… la mala noticia es que esto puede tardar trillones de años.

En la escucha humana, si bien no hay manera de que lo que entre pueda salir, sí hay una opción para lograr que se transforme: se llama hacer conciencia. Ésta puede convertir la información que recibe nuestro oído en material valioso para nuestro crecimiento y realización. La buena noticia es que esto puede tardar un segundo… la mala es que es necesario un elemento muy difícil de encontrar: la humildad. Humildad para cuestionar lo que creemos que escuchamos.

Si dejamos de estar cien por ciento seguros de que lo que nosotros pensamos en la realidad total y de que lo que nosotros escuchamos es lo que en verdad se dijo, podremos estar abiertos a tomar en cuenta otras opciones y a ampliar nuestras ideas. La humildad es la llave maestra que logra que bajemos la guardia y dejemos de aferrarnos a aquello que nos separa de los demás.

Hacer conciencia no es cuestión de desechar o negar lo que creemos, al contrario, se trata de observarlo, entender de dónde viene y elegirlo no por miedo sino libremente. Al mismo tiempo, observar las creencias de otros y considerarlas como igualmente respetables por el simple hecho de que pertenecen a otro ser humano, hermano nuestro en este planeta Tierra.

Si logramos que la tremenda fuerza gravitacional de nuestro ego no intervenga, si realmente logramos ver a ese otro tan diferente como a un igual a nosotros en todo, entonces tal vez pueda la luz por fin escapar desde dentro y el entendimiento brille.

El ser humano es fascinante para mi, tanto como lo es el espacio e igual de misterioso. Al intentar conocernos mejor, descubriendo lo que guía nuestra conducta y entendiendo lo que nos hace reaccionar, asustarnos, odiar y hasta amar, logramos aprender que siempre tenemos opciones de actuar y pensar diferentes y tal vez mejores. Si cambiamos nosotros, cambiará también el universo entero.

4 Cosas que Debes Saber de Ti

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He puesto un ejercicio a varios de mis grupos de alumnos que siempre me deja aprendizajes. Se trata de escribir una lista de 50 cosas sobre ti mismo. No hay requisito sobre lo que quieras mencionar, puede ser interno, externo, físico, emocional, etc. La única regla es que tienen que ser sobre ti: 50 cosas que ayuden a describirte.

Algunas personas escriben de prisa, una línea tras otra hasta llegar al final, incluso hay veces que podrían seguir escribiendo. Hay otras que escriben despacio, meditando cada punto. Sin embargo, me he dado cuenta de que algunas personas se detienen después de unas cuantas frases porque no tienen suficiente conocimiento sobre cómo son.

No deja de provocarme ansiedad el hecho de que haya tantos seres humanos con ese grado de desconocimiento personal tomando decisiones sobre sus vidas, las de sus hijos, las de sus empleados y hasta las de su comunidad entera. ¿Qué herramientas tienen realmente para decidir?

Ya lo dijo Galileo Galilei hace cientos de años: “La mayor sabiduría que existe es conocerse a uno mismo.” Es necesario saber cómo somos, qué nos gusta y qué queremos para poder caminar en la vida hacia ahí. Aunque los seres humanos somos tan cambiantes que no es posible saberlo todo, te propongo cuatro cosas indispensables que debes conocer sobre ti mismo, para poder funcionar en la vida:

1.¿De dónde vengo?

Si yo siembro una semilla sin saber qué especie de planta es, puede ser que la ponga al sol directo y, si la plantita que está naciendo es de sombra, se secará inmediatamente. Así mismo, necesito conocer de qué estoy hecho yo para poder cuidarme mejor. Si en mi familia hay alguna enfermedad que puede ser hereditaria, si hay leyendas de ancestros con destinos complicados, si mi madre y mi abuela viven ahogadas por la angustia, todo eso tendrá influencia en mi vida presente y solamente si tengo la información, puedo identificar el patrón y decidir si quiero seguirlo o no.

Además, nuestro pasado debe servirnos como experiencia de aprendizaje y crecimiento. Si por dolor lo negamos, nos perdemos esa parte tan beneficiosa de las dificultades.

2. ¿Qué me gusta hacer?

¿Qué te sientes feliz haciendo? ¿Qué te hace levantarte en las mañanas? ¿Qué te gustaría hacer si tuvieras todo el tiempo y dinero del mundo? Piensa en estas preguntas porque en ellas está la clave para tu realización personal. Solamente si nos dedicamos a hacer aquello que nos gusta, seremos plenamente exitosos y felices. Hay a quienes les cuesta reconocer lo que les gusta hacer porque les parece algo inútil o vano. Valorarlo como algo único en ti es parte de tu aceptación personal y autoestima. Ten en cuenta que hay muchas personas exitosas y realizadas dedicando su vida a algo que para ti puede ser incomprensible. ¡Esa es la maravilla de ser irrepetibles!

Puede ser que por el momento no te sea fácil dedicarte de lleno a lo que te gusta pero seguramente tienes una o dos horas a la semana en las que lo puedes practicar. Ese es un excelente primer paso que traerá muchos beneficios a tu vida.

3. ¿Cuáles son mis valores?

¿Qué es importante para ti? ¿Qué salvarías en un incendio? Puedes decir que el ejercicio diario, la meditación o la familia son de vital importancia para tu bienestar, la cuestión será ser congruente y dedicarle tiempo a eso que dices valorar. Si te encuentras asegurando que lo más importante para ti son tus hijos y tienes 24 horas sin haberles dado un abrazo o haber tenido con ellos una conversación (los regaños no cuentan) puede ser que necesites revisar lo que realmente consideras digno de tu tiempo y atención.

4. ¿A dónde voy?

Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, escribió una frase que ahora las nuevas teorías metafísicas no dejan de asegurar: “El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va”.  El punto principal es que para poder avanzar y no caminar en círculos, hay que saber a dónde queremos dirigirnos. ¿Cómo te quieres ver en un año? ¿En cinco? ¿En veinte? Estas visualizaciones pueden ayudarte a elegir el rumbo de tu vida. Será indispensable alienar estos objetivos con tus valores y tus aptitudes para que te sostengan y provean de la motivación que necesitas.

El autoconocimiento es un proceso que dura toda la vida. Podemos evitarlo y seguir creyendo que somos lo que los demás dicen que somos o podemos empezar a descubrir la riqueza que todos tenemos en el interior. Si te atreves a descubrir quién eres, encontrarás tu mayor tesoro y podrás por fin disfrutarlo y compartirlo con los demás.

El mundo entero se aparta cuando ve pasar a un hombre que sabe a dónde va. -Antoine de Saint-Exupéry Share on X

Amor Incondicional Contigo

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Si entráramos a una regadera en la que solamente se nos mojaran las partes de nuestro cuerpo que nos gustan ¿qué porcentaje de nosotros permanecería seco? Y si nos dieran un espejo en el que se pudiera ver nuestra prudencia, egoísmo o disciplina ¿nos gustaría asomarnos?

Nos amamos, es cierto, el problema es que no lo hacemos incondicionalmente. En algún momento de nuestra infancia se nos dijo que para ser amados, había que cumplir algunos requisitos. Lo que esto hizo es que no nos consideráramos dignos de ser amados como somos, por el simple hecho de existir, sino que aprendimos que el amor era producto del esfuerzo y de qué tanto podíamos moldearnos a un ideal determinado.

Para colmo, vivimos en un mundo con esquizofrenia espiritual. Se nos dice que hay un poder infinito y amoroso en el universo, el nombre es lo de menos aunque yo le llamo Dios, pero para poder acceder a ese amor hay que “portarnos bien”. ¡No nos damos cuenta de la enorme contradicción que esto conlleva! Podemos creer que Dios es infinitamente misericordioso o no, pero no podemos creer que lo sea si nos condiciona su amor. Esa locura nos contagia la vida diaria y nos enseña que el amor es exigente y complicado de conseguir.

Y ¿por qué es importante este “amor incondicional” a nosotros mismos? Porque ese es en realidad el único amor que hay. Esa es y será la medida y el límite con el que podremos amar a los demás. Si notas que te cuesta relacionarte de forma profunda, si te sientes solo o distante en tus relaciones o si te molesta el contacto físico y los “apapachos”, puede ser que este sea el freno de mano que traes puesto.

La solución a esto puede llegar en un segundo, o puede tardar toda la vida. Depende de cuánto estemos dispuestos a cuestionar nuestras ideas acerca de lo que creemos que es digno de ser amado. En realidad, todos tenemos razones de sobra para ser como somos. Cuando tomamos en nuestras manos a un bebé recién nacido, no le exigimos que se comporte de alguna manera o que tenga un tipo de cuerpo para poder sentir ternura hacia él. Instintivamente lo tomamos con cuidado y lo acercamos a nuestro corazón y sonreímos. Tenemos la creencia de que los bebés son perfectos como son y que son dignos de amor y caricias hagan lo que hagan. Que maravilloso sería si cambiamos las críticas automáticas y la exigencia hacia nosotros mismos por creer que también somos dignos de amor y ternura así como somos. Es sólo cuestión de sustituir una creencia por otra: mucho más liberadora y nutriente.

Mi invitación esta semana para ti es practicar el amor hacia ti mismo y te propongo esta forma: observa la manera como te hablas y lo que te dices y detén cualquier pensamiento ofensivo o hiriente. En cambio, abrázate, aunque sea a solas,  y piensa con amor lo que te gustaría decirle a un niño pequeño e indefenso en tu lugar. Al hacerlo, se vale reír y se vale llorar… sobre todo, se vale ser feliz.